Nos dio el poder de congelar el tiempo, ese que a veces parece que se nos escapa. Borrosa, desenfocada y apenas se distingue lo que representa, pero es la primera fotografía de la historia. Niépce, un ingeniero francés, tardó ocho horas en hacerla desde la ventana de su casa.

Pocos años después, Daguerre creaba el 'daguerrotipo', que permitía hacer fotografías en muchísimo menos tiempo.

En las grandes ciudades como París y Barcelona, empezaron a surgir los primeros talleres fotográficos y los retratos, como el de Edgar Allan Poe o los de nuestros abuelos y bisabuelos, se hicieron populares entre la clase burguesa de mediados del siglo XIX.

Desde aquellas cámaras de antaño hasta que llegó el carrete. En esto tuvo mucho que ver 'Kodak', la compañía americana que sacó al mercado por primera vez la cámara para aficionados. El lema era muy sencillo: "Usted aprieta el botón, nosotros hacemos el resto".

Pasaron los años y del negativo pasamos a la pantalla, a la cámara digital y al móvil. Antes captábamos momentos únicos, días especiales o celebraciones; ahora queremos inmortalizarlo todo: sacamos, enviamos y subimos a las redes nuestras fotos al momento.

Vacaciones, comida y conciertos; tanto que alguna vez nos han tenido que llamar la atención. "¿Puedes dejar de grabarme con tu cámara? Porque estoy aquí en la vida real y deberías disfrutar de esto en la vida real", decía Adele a un seguidor en uno de sus conciertos.

Han pasado 180 años, pero la esencia sigue siendo la misma: enfocar, encuadrar y disparar. Y así, poder congelar el tiempo en este afán, en esta locura por capturar la vida.