“Va a ser muy duro. Va a tardar semanas”. Estas son las palabras que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, esgrimió el 13 de marzo de 2020 cuando decidió aprobar el estado de alarma en España. Algún que otro supersticioso ya torcería su mueca: un viernes 13 que iba de la mano de un aviso que ratificaba lo que la ciudadanía ya tenía bajo sospecha. Algo grave estaba ocurriendo.
Lo que no sabía la ciudadanía es que esas semanas se iban a convertir en meses. Y que esos meses, a su vez, podrían ser años de convivencia con el virus —no en vano se dice que la mascarilla, las limitaciones sociales y el teletrabajo han llegado para quedarse—.
El primer impacto venía de Italia: apenas unos días antes de ese fatídico 13 de marzo, las imágenes de los alrededores del coliseo vacíos, dignos de una película postapocalíptica, mandaban un mensaje más directo que cualquier comunicado. Aun así, los comunicados también se hacían hueco en la vorágine de información: el 11 de marzo la ONU ya declaró la pandemia. Luego vendría todo lo demás.
365 días bajo un "no" constante: por qué los eventos sociales son importantes
El repaso del 2020 se ejemplifica cuando uno mira al calendario: cuántos encuentros sociales se han visto interrumpidos, cómo la población se ha visto abocada a seguir con toda las responsabilidades que había en sus vidas, pero con muy pocas vías de escape.
En este sentido, Alberto del Campo, antropólogo social y docente en la Universidad de Sevilla, insiste en el “no” en el que hemos vivido este último año: “Me preocupa que los poderes solamente estén considerando limitaciones y restricciones. Son necesarias y comprensibles, pero no hay válvulas de escape”, cuenta a laSexta.com.
Ante la grave situación sanitaria que se ha vivido, con miles de familias rotas por el virus, el experto apunta que se tiende a pensar que hablar de eventos sociales es algo “frívolo”, pero la realidad psicológica va más allá de eso: “Si las autoridades vieran lo importante que es un abrazo, o incluso una fiesta. Hemos visto cómo se iban posponiendo, cómo los valencianos se quedaban sin las Fallas, cómo en otros lugares se cancelaba la Semana Santa o las ferias. Todas las sociedades tienen esos marcos extraordinarios, que permiten digerir los sinsabores del mundo ordinario”, indica.
"Si las autoridades vieran los importante que es un abrazo, una fiesta..."
Esos sinsabores que describe del Campo se han intensificado en cada ápice del 2020. Estaban presentes en la Puerta del Sol, que el último 31 de diciembre pasó la Nochevieja acompañada únicamente de Policías Nacionales. Estaban presentes en el verano, donde los viajes de muchas personas se habían visto truncados por el cierre de fronteras. Y el problema, como indican los expertos, no es solo que ya hayan estado presentes, sino que no sabemos cuándo se irán.
“Hay dificultad para anticipar lo que viene. Al cansancio del día a día se le suma la incertidumbre”, añade David Muñoz, doctor en Sociología y docente de la Universidad de Valencia, que insiste en que el problema radica en la imposibilidad de saber cuándo volverá la normalidad: “Se recomienda no mirar al futuro, pero es imposible”, expresa.
Fatiga pandémica, familias rotas e inestabilidad: los ingredientes de la crisis
Medir los efectos de esta crisis sanitaria, económica y emocional a lo largo del globo es una tarea complicada. Pero se ha intentado, y los resultados denotan unas consecuencias nefastas. En todas y cada una de esas áreas, como muestran los estudios que se han hecho sobre salud mental en estos meses.
“La pandemia de COVID-19 representa factores de riesgo para el desarrollo, exacerbación y recaída de una variedad de trastornos. Está asociado con complicaciones neurológicas y mentales, como la pérdida del sentido, el insomnio, la ansiedad o la depresión”.
Este párrafo se ha extraído de un estudio de la Organización Mundial de la Salud, que viene a decir que los servicios de atención psicológica y salud mental en casi todo el mundo se han ido a pique a lo largo de este año. Pero la cuestión, según los expertos, reside también en cómo se ha generalizado este malestar en gran parte de la población.
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“Cada cual en nuestro ámbito hemos experimentado la irascibilidad y la crispación. Cuando hacemos entrevistas, preguntamos y nos confirman cosas preocupantes, como el aumento de los divorcios”, afirma del Campo.
Precisamente, este hecho es para el antropólogo uno de los grandes exponentes de cómo la pandemia ha hecho mella en la sociedad. No es que solo se hayan cancelado bodas por las restricciones, sino que los muchos matrimonios que ya estaban afianzados han visto su fin.
“Esto ha ocurrido por tres razones. La primera, porque el confinamiento obligó a muchas parejas que ya estaban en crisis a vivir una convivencia más forzada y monótona. La segunda, por la situación económica, que ha agravado estas crisis. Y la tercera, el estado de ansiedad, miedo e incertidumbre, que hace que culpemos de todo a las personas que tenemos más cerca”, apunta del Campo.
"Ojalá poder contrarrestar el discurso pesimista. Pero es así: la sociedad ha sufrido una erosión de las expectativas constante"
Miedo, ansiedad e incertidumbre. Son tres palabras que no son solo compartidas por los expertos, sino también por la respuesta de la sociedad cuando ha sido preguntada por la pandemia. Aquí llega uno de los términos más utilizados del último año: la fatiga pandémica, que Muñoz define como “un gran descriptor” de lo que hemos vivido en este último año.
“Es la sensación de cansancio, pero con el matiz o la diferencia de que ese cansancio se vincula con incertidumbre”, señala el sociólogo. Una “erosión de las expectativas” que ha transformado a la sociedad, que la ha vuelto más irascible: “Ojalá poder decir otra cosa y contrarrestar el discurso pesimista. Pero es así”, exhala Muñoz.
¿Cómo nos sentimos ahora?
La clave de estas emociones se traslada a los datos. Por ejemplo, en lo que refleja una de las últimas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que, como ya han hecho otras entidades, se ha animado a medir el impacto psicológico de la pandemia en los últimos meses. Y si decimos que estas emociones que describe del Campo son un reflejo; lo son, pero en un espejo roto: uno de cada tres españoles aseguran haber sentido en algún momento preocupación, ansiedad, desesperanza, ira, nerviosismo o estrés.
Cierto es que, ligeramente, algunos se presentan en mayor medida, como la preocupación, la desesperanza o el estrés, que han logrado batir a la soledad o la ira. Aun así, hay otras dos cuestiones que también han asomado la cabeza como nunca, según el CIS: la ansiedad y la depresión.
“Hay miles de unidades familiares que se están yendo al garete, con todas las consecuencias que lleva. Son efectos de los que suena frívolo hablar si uno piensa en las muertes, pero no es baladí, porque es la mayoría. La mayoría de personas no experimenta la pandemia con una muerte, y hay que atender a eso también”, apunta del Campo.
Como indica el antropólogo, la mayor parte de la población no ha experimentado la muerte, pero sí ha pensado en ella: un 23,4% de la población ha sentido una sensación muy cercana al pavor por fallecer, según el CIS. También, más de un tercio (el 35,1%) asegura haber llorado alguna vez por la pandemia, mientras que se encuentran valores muy parecidos en las circunstancias comentadas anteriormente: uno de cada diez se ha sentido bastantes veces triste o deprimido; y un tercio lo ha hecho alguna vez.
En este sentido, el confinamiento también ha hecho mella en algunos datos muy concretos, como el consumo de ansiolíticos y antidepresivos. El uso entre los españoles de tipo de medicamentos, empleados habitualmente contra patologías del sistema nervioso, registró un incremento de entre un 10 y 15% en el segundo trimestre de 2020.
Aun así, la información generada por el Centro de Información sobre el Suministro de Medicamentos (CISMED), y la actuación coordinada de diferentes agentes, como la Farmacia, la Industria, la Distribución y la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) evitó el desabastecimiento durante los primeros meses de la pandemia, cuando los ciudadanos adquirieron más medicamentos de lo previsto.
Las consecuencias remitirán, pero habrá que esperar
La montaña rusa de emociones vivida en todo este tiempo no ha terminado. Y es algo en lo que uno y otro experto no dejan de incidir: “Nadie sabe qué va a ocurrir. Nadie está haciendo planes porque no saben lo que les espera. Y es lo que le decimos los científicos a los políticos: no es una batalla de un año. Esto va para largo”, afirma del Campo.
Para el antropólogo hay una estrecha relación entre lo que ha ocurrido en la pandemia con las expectativas que se generaban en las guerras antiguas: “Insisten en que estamos ganando. Pero cuando parece que la cosa va mejor, llega una decepción. Y cuando vuelve a mejorar, otra. Esto genera descrédito y una tremenda incertidumbre”.
Por ello, el experto insiste en que la sociedad seguirá experimentando cambios drásticos en los próximos años, como la sanidad o la educación en línea. Y, con ello, recalca cómo las emociones que hemos sentido y cómo los problemas psicológicos deberían convertirse en algo prioritario.
“No es cierto que haya una sola solución al virus, y el ser humano no es solo un número. Estamos viendo a gente con depresión, angustia e incluso suicidios. Cuando son números sí importan, pero cuando no lo eran, no se preveía”, explica.
“Es imposible no proyectarse en lo que hay delante”, añade, por otra parte, David Muñoz, y concluye: “Esta por ver que los planes de apoyo y rescate hagan su efecto. Pero estamos ante una de las mayores incertidumbres que hemos afrontado. Además, muy intergeneracional, ya que esto afecta a todo el mundo. Esperemos que el resultado no termine en el bloqueo total a nivel social”.
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