Conocemos a Carmen Fernández, ciega de nacimiento, en las inmediaciones del supermercado de Vallecas que frecuenta. Llega sola y resuelta caminando desde su casa guiada únicamente por su bastón. "Lo complicado empieza dentro del súper", nos confiesa.

Trae en la cabeza una lista de la compra breve: el champú que le gusta a ella, también el favorito de su hija de 14 años, yogures naturales azucarados y algo de pescado para comer. Pero necesita solicitar ayuda en atención al cliente, y tiene suerte: estamos en un Alcampo. Es la plataforma comercial preferida por la mayoría de personas ciegas y con discapacidad visual porque no solo tienen asistentes que les acompañan a encontrar lo que necesitan. También llevan más de 20 años etiquetando más de 400 productos de marca propia en braille. Exactamente lo que el Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 trabaja en convertir en ley.

Viene a nuestro encuentro Kenza. Ella será su cicerone de supermercado. En el pasillo de cosméticos, gracias a los ojos de Kenza y de otra asistente de droguería, encuentran el champú entre los cientos del lineal. Carmen nos cuenta que en casa, la dificultad es diferenciarlo del acondicionador, porque los botes son exactamente del mismo tamaño. Los dos productos, de la misma gama, huelen igual, y la única manera de distinguirlos es al tacto, "porque el acondicionador está más suave".

En la pescadería recurrimos a las socorridas bandejas ya preparadas. Carmen quiere salmón, y Kenza le escoge la rodaja que cree le gustará y le lee el precio: 3,47 euros. Si no estuviera Kenza, nos dice Carmen, iría con su teléfono móvil en la mano escaneando con una aplicación que usa la inteligencia artificial para leer todos los datos de las etiquetas. Y nos hace la demostración: apunta donde ella imagina que está la etiqueta y una voz automática empieza a darnos una retahíla de datos: el nombre del producto, del comercio en el que estamos, lugar y método de captura del pez, fecha de envasado y de caducidad, los sulfitos que contiene... una metralleta. No es una manera rápida de hacer la compra, pero le da a Carmen la información que necesita.

Precisamente el proyecto de Real Decreto que regulará el etiquetado accesible busca también abrir un nuevo campo de posibilidades a través del desarrollo de nuevas tecnologías o aplicaciones. Porque el etiquetado en braille obligatorio que contempla incluirá denominación del producto, categoría y advertencias de peligros tales como los alérgenos. Pero a través de tecnologías como, por ejemplo, los códigos de respuesta rápida (QR) se podrá completar toda la información que el espacio reducido de un envase no permite mostrar en braille.

La iniciativa quiere aportar seguridad y calidad de vida a las personas ciegas y con discapacidad visual. Tan fácil entenderlo, como ver el pequeño experimento que hacemos con Carmen: en una mano le ponemos una botella de vinagre de vino. En la otra, de vinagre de limpieza. Al tacto, sin abrir las botellas, no puede distinguirlas. Tampoco puede distinguir un envase de limpiador de hogar que le ponemos en la mano izquierda, del zumo de limón que le ponemos en la derecha. Sin etiquetado en braille, imposible. Y una confusión en este terreno pondría en juego su vida o la de quienes de ella dependen.

Este 7 de agosto el proyecto de Real Decreto del ministerio encabezado por Pablo Bustinduy sale a audiencia pública y estará hasta el 15 de septiembre, antes de continuar su recorrido para la futura aprobación. De momento, afectará a los productos catalogados de especial relevancia para la protección de la seguridad, integridad y calidad de vida, que vienen determinados por los criterios de la Unión Europea. Los que tienen sustancias peligrosas, tales como carcinógenas, mutágenas o tóxicas para la reproducción, sensibilizantes respiratorios, biocidas o productos fitosanitarios. También los que contengan alérgenos o intolerancias y, también, productos cosméticos y de cuidado personal.

Continuamos con Carmen hasta el colorido pasillo de los lácteos en busca de sus yogures. Naturales y azucarados. Allí, ella se lanza a tocar, orientada en el lineal. Y encuentra los que ella consume. Lo que los diferencia del resto de oferta de yogures naturales azucarados, es que estos son los de marca propia del supermercado y están etiquetados en braille. Así que a Carmen le bastan sus dedos para cargarlos en la cesta de la compra, casi para saborearlos, y reiterarnos que además de la rapidez, otra de las ventajas del etiquetado en braille es que ella puede ser autosuficiente y autónoma para hacer su compra. Sobre todo en pasillos como el de las latas y conservas: mismo continente, bote de cristal o lata de similar tamaño, para tantos y tantos productos distintos. Cierto es que si tuviera que toquetear cada lata hasta dar con la suya, en vez de en un supermercado se sentiría en la Biblioteca Nacional. Pero es un interesante apoyo que luce cuando llegamos a colocar la compra en casa.

Allí nos enseña dos latas de refresco, mientras las mete en la nevera. Una de Coca-Cola y otra de Aquarius. Las diferencia por el tacto, porque la anilla de la Coca Cola tiene un-no-sé-qué que a su tacto la diferencia de la lata de bebida isotónica. También puede diferenciarlas, nos enseña, por presión: si aprieta la lata de cola, se presenta más dura que la de Aquarius por el contenido en gas. Aún así, nada es infalible cuando hay prisas.

Los refrescos no parece que vayan a estar incluidos dentro de la obligatoriedad del braille, no son productos de especial relevancia. Aún así, Carmen valora muy positivamente y como muy necesario este Real Decreto: "Ganaremos en rapidez y no dependeremos de nuestros trucos y automatismos. Con este etiquetado no serán necesarios, ni incurriremos en errores como abrir un brik de vino cuando queríamos uno de zumo".

Pide un paso futuro: que les garanticen la accesibilidad de las apps de compra. Y que todos los supermercados estén obligados a tener asistentes que les guíen para no tener que depender de la buena voluntad de sus empleados o del resto de consumidores.

Carmen trabaja en la ONCE, adaptando y corrigiendo libros en braille. Y tiene dos mellizos que ya cumplen 14 años. La crianza habría sido más sencilla si el etiquetado en braille en los productos de consumo hubiera llegado antes, aunque se conforma con haberlo tenido, desde 2006, en sus medicamentos. Ahora, nos dice, no le gusta usarles para que la ayuden, para que no sientan que sus padres dependen de ellos. Porque lo que más valora es la independencia y la autonomía. El braille, se lo da. Y por eso para ella es sinónimo de libertad.