El milagro llegó en forma de helicóptero y así se materializó la esperanza de 16 supervivientes del accidente aéreo de 1972. Así lo cuenta Carlos Páez, uno de ellos: "No es que los helicópteros nos encontraran a nosotros, nosotros fuimos a buscarlos".
Tenía 18 años cuando viajaba en la fila siete del avión que se partió en dos. Detrás de él, no sobrevivió nadie. Durante diez días mantuvieron la esperanza, ese día, dice, fue el peor. Se enteraron por la radio de que la búsqueda había finalizado y los daban por muertos.
"Estuvimos diez días en los que comimos una lata de marisco compartida entre 26, dos cuadraditos de chocolate y la tercera parte de un caramelo de dulce de leche", apunta Páez.
En ese momento tuvieron que tomar la decisión más dura: morir de hambre o alimentarse de sus compañeros muertos para sobrevivir. Un dilema que refleja la película Viven.
"Al cabo de dos días estaban todos de acuerdo, por la familia fue por lo que yo peleé. No peleaba por Hollywood, ni por libros, ni por fama, yo peleaba por volver a casa con mi mamá, mi papá y mi perro".
Carlos superó dos cordilleras. La de los Andes fue más fácil que la que llegó después: las drogas y el alcohol. "Con lo que yo pasé fue un pasaporte para vivir la vida y hacer cualquier cosa a mi manera", apunta Páez.
Pese a esto, asegura que no dudaría en volver a subirse a ese avión que acabó siniestrado en los Andes. "Independientemente de los que se murieron, como historia personal sí la volvería a repetir", concluye este superviviente.
No sobreviven los más fuertes, dice, sino los que tienen más ganas de vivir.
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Uno de ellos en estado grave
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