José es una de las pocas personas que se atreve a dar la cara. Porque, aunque el VIH esté medicamente controlado, contarlo, como hace él, pone a muchos directamente en fuga. "Cosas como tomarme una Coca-Cola, decírselo, mirarme con unos ojos espantados y salir", relata José.
Hoy, un portador de VIH bien medicado tiene un riesgo ínfimo de contagio y una esperanza de vida como la de cualquiera. Aún así, opositar a cuerpos de seguridad, acceder fácilmente a una hipoteca o viajar a más de 50 países les está vedado. Guillermo tiene 36 años y un virus indetectable, pero iniciar una relación es, para él, una odisea.
"Ya no quiero verte. Me has engañado porque no me lo has dicho antes. Me has puesto en riesgo. De nada sirve muchas veces que la práctica sexual que hayas tenido haya sido segura", cuenta Guillermo. Son algunas de las críticas que recibe. Lo mismo le ocurre a Eva. Tiene una vida como la de cualquiera.
Tiene familia, trabajo y pareja, pero calla porque teme que, si se enteran, la red social de los suyos se desmorone: "Para que no se les rechace también a ellos y tengan problemas, prefiero estar así, de espaldas". Eva fue madre gracias al doctor Jorge del Romero. Él sabe mejor que nadie que el VIH es ya una dolencia crónica que no impide una vida normal ni fundar una familia.
"Ha habido más de 200 niños que han nacido y no ha habido ningún caso de trasmisión", explica Del Romero. La ciencia sigue yendo décadas por delante de la conciencia. Un 40% de los españoles afirma que le incomodaría tener un compañero de trabajo portador del virus. En este mundo aparentemente empapado de información, la que tiene que ver con el VIH no ha terminado de calarnos.
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