La ultraderecha italiana arde e incendia las calles contra la acogida de un grupo de familias de etnia gitana, con una treintena de menores, en centros públicos de un barrio humilde de la periferia de Roma.
Queman una de sus caravanas, un montón de contenedores y agitan el odio. Aseguran que "son basura, porque lo llenan todo de ello" y que "no saben vivir".
La alcaldesa de Roma teme una escalada de violencia y la Fiscalía ha abierto una investigación a las organizaciones ultras que azuzaron las protestas "por incitación al odio racial".
Hasta el radical ministro Salvini admite que "la violencia no es la solución", aunque matiza: "Mi objetivo es cero campos de acogida", harto, dice, de sufragar la acogida con el dinero de los italianos.
No parece importarle, sin embargo, que gente fuera de sí pisotee y eche a perder la comida destinada a esas familias. Grupos antifascistas han denunciado que tampoco quienes iban a repartirla se libraron de irracionales agresiones.
Se queja, pero no vive ahí
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