La Graciosa está de moda y desbordada, llegan buscando una isla semidesierta pero está abarrotada. "Llegas buscando paz y lo único que encuentras es gente y gente", comenta una turista. Las maletas las llevan hasta en carretilla. "Yo lo veo como una invasión, mucho coche, mucha gente, no hay servicios para tantos", dice una residente en La Graciosa.
Preparan a contrarreloj los apartamentos, no hay habitaciones libres en toda la isla. "Los clientes que vienen ya me reservan para el año que viene en agosto", afirma Nieves Arrocha, recepcionista de 'Evita Apartamentos'.
Los 15 taxis que hay no son suficientes. "Voy estresado, con mucha rapidez", comenta un taxista. Complicado conseguir una mesa en un restaurante en hora punta. Los empleados se desviven porque les interesa, pero los servicios no dan a basto. Hasta 19 barcos repletos de turistas llegan al día a la isla de La Graciosa, una pequeña reserva natural de 29 kilómetros cuadrados que triplica su población durante los meses de verano.
Mientras para algunos locales es una oportunidad, para otros es un caos y un peligro. Los vecinos sólo piden que se disfrute de su paraíso con respeto y se regule de alguna manera la avalancha turística en este parque natural.
Un negocio en tierra y aire
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