Con 86 años, Anatoli Botsanenko enseña en su móvil un mensaje que escribió a mano en plena Guerra Fría. Era capitán de un buque de la flota pesquera soviética, y lo lanzó entonces en Crimea. "Deseamos buena salud y éxito en la vida a quien encontrase la botella", ha contado.

Ha sido un profesor, 50 años después, quien lo ha recibido en Alaska. Las redes sociales han encontrado a su dueño. "Lo abrí y mis hijos me preguntaron: '¿es de un pirata?'", ha relatado Tyler Ivanoff, el docente que encontró la misiva. Mensajes de piratas aún no se conocen, pero sí historias de ciencia.

Un mensaje de 1886 es el más antiguo jamás encontrado: un experimento del Observatorio Naval Alemán para entender las corrientes oceánicas. "Estaba recogiendo basura, me agaché y lo encontré justo delante de mi cara", cuenta su descubridora. Líneas llenas de misterio, de relatos de vida, de secretos. Lo más probable es que nunca lleguen a buen puerto.

Pero hay excepciones. Un marinero sueco lanzó un mensaje por la borda: la chica que lo encontrase debía responderle. y fue el padre de una joven siciliana. Años después terminaron casándose. En 1953, en Tasmania, la marea le devolvió su hijo a una madre. Había muerto cerca de Francia poco después de lanzarla, 35 años atrás. Ella reconoció su letra.

Botellas que hasta se han ganado su nombre y apellidos. El Holandés Errante es la que más ha viajado. Del océano Índico hasta Sudamérica, pasando por el Atlántico, volviendo al Índico y terminando en Australia seis años después. Y botellas con rutina. Por simple curiosidad, cada día un mensaje sale del Buque Escuela Juan Sebastián Elcano. Una de esas misivas encontró respuesta 330 días después: "Hola, soy Edras, de Belice. Me complace enviarles su carta de vuelta".

Una forma, a la antigua usanza, de unir personas.