El impacto de la pandemia sobre la salud mental ha generado una visibilización sin precedentes, algo que ha favorecido que cada vez las empresas traten con mayor normalidad contratar a trabajadores con algún problema de salud mental. Y pese a que el panorama es más esperanzador, solo el 18% de estas personas consiguen acceder al mercado laboral.
Unos datos que hacen evidente que el colectivo "sufre una fuerte discriminación", como destaca Sonia Carralón, directora de empleo de la Fundación Manantial. Una discriminación que se une al estigma de que estos perfiles carecen de capacidades para el empleo.
En realidad, basta con que sean las empresas las que se adapten a sus necesidades, por ejemplo, con que el estrés que suponga el puesto sea más llevadero, con que haya rutinas más claras, puestos más estructurados, o un clima de mayor confianza y que favorezca las relaciones sociales.
Eso repercute, además, en su salud. Lo explica así Eva Herrera, técnica de empleo de la Fundación Manantial: cuando consiguen acceder al mercado laboral, estas personas "salen de la identidad de "yo soy una persona con un problema de salud mental" a "soy un trabajador de pleno derecho"". "Eso es recuperador y rehabilitador", destaca la experta.
Un ejemplo es Ruth, una de las camareras de la terraza de Madrid que gestiona la fundación. Desde que trabaja, dice, le han podido bajar la medicación y ha podido tener la oportunidad de valerse por si misma. Su encargado, Ismael, reconoce que si a personas como Ruth se las excluye y no se las integra ven afectada su autoestima, pudiendo llegar a pensar que "no sirven para nada".
Y nada más lejos de la realidad, porque como reivindica Ruth sirven como cualquier otro. Con o sin enfermedad trabajan y producen igual que en cualquier otro restaurante. Solo tratándoles de igual a igual se consigue romper con los estigmas, los tabús y alcanzar un mercado laboral con plena inclusión.