El atracador espera su turno con una Coca-Cola. La cajera la pasa, le dice el precio y él le enseña un cuchillo. Ella se levanta instintivamente, pero intenta abrirle la caja aunque con los nervios no puede, y la insistencia de él, no ayuda. La cajera le toca, pidiendo calma para poder abrir el cajón pero él se asusta y le levanta el cuchillo.
Así que la cajera, después de pensárselo, decide huir o intentarlo, y aprovechando la confusión llega un nuevo protagonista. Le da una patada, la cajera le tira la Coca-Cola y tras un momento de impasse le tiran un carrito a la cabeza y, ya sin cuchillo, le reducen.
El atracador comete varios errores. Primero: el cuchillo. Según los testigos, se le olvida quitarle la funda protectora. Segundo fallo: los nervios. La dependienta quiere abrirle la caja, lo intenta, pero él insiste tanto, que la ahuyenta antes de que lo consiga.
Y entonces llega el salvador: justo cuando va a entrar, la cajera le grita algo y cae al suelo. Se da cuenta de lo que pasa y, por instinto, se lanza a por él. La cajera le tira la Coca-Cola, pero aún falta por entrar en acción él. Sin dudar coge un carrito, se acerca por detrás y fin de la historia. Otro cliente le quita el cuchillo y se acabó. A estas alturas hay hasta un niño curioseando.
Mención especial para la cajera anónima, porque no sólo evita que coja el dinero y ayuda a detenerlo. Por alguna razón, en mitad del atraco, se pone a recoger cosas. Es lo que tienen los nervios, que uno nunca sabe cómo va a reaccionar.