Durante la guerra de Bosnia, la británica Sally Becker se ganó el nombre del 'Ángel de Mostar' cruzando la línea del frente en una ambulancia para salvar a cientos de niños y a sus familias en misiones de evacuación.
Un cuarto de siglo después, Becker ayuda en Siria e Irak a decenas de menores, muchos de ellos yazidíes secuestrados por Dáesh, a encontrar a sus familiares y construir un futuro.
"Demasiado jóvenes para recordar quiénes son o de dónde vienen, estos niños representan a toda una generación en peligro de desaparecer que necesita ayuda urgente", asegura esta mujer de 57 años que lleva más de 25 ayudando a menores en zonas de conflicto desde Bosnia a Irak, pero también en Gaza o Chechenia.
Becker explica en una entrevista por correo electrónico que cuando fue por primera vez a Bosnia en 1993, solo tenía la intención de ser voluntaria "un par de semanas".
Pero aprendió que "con un poco de esfuerzo y mucha determinación es posible salvar vidas" y, aunque quizás los tiempos han cambiado, eso le ha llevado de nuevo a subirse a una ambulancia.
"Esto no iba a ser una elección de carrera, pero acabo de regresar de Siria, donde he escuchado historias que me han roto el corazón", reflexiona.
Tras convertirse en 2008 en Embajadora de Buena Voluntad de los Niños de la Paz, una ONG que fomenta la reconciliación entre israelíes y palestinos, y portar, junto a Mohamed Alí, la bandera olímpica en la ceremonia de los Juegos de Londres de 2012, Becker ha pasado los últimos años ayudando a menores que huían del EI con Road to Peace, organización que fundó en 2015.
"La primera vez que oí hablar sobre los yazidíes fue cuando Dáesh perpetró su genocidio en agosto de 2014, pero no fue hasta el año siguiente cuando me pidieron ayuda", explica.
Para entonces, miles habían sido asesinados y cientos de miles vivían en campos de desplazados tras ser expulsados de sus hogares. Lo que vio fue que muchos niños necesitaban un tratamiento especializado que no existía y en 2016 comenzó "a ayudar a algunos para que lo recibieran en el extranjero".
Después abrió unidades pediátricas de emergencia en áreas liberadas de Dáesh, una de ellas en Sinyar, la patria de la milenaria minoría religiosa yazidí y donde desde 2018 su equipo, con el pediatra italiano Mario Andolina, trata "a unos 100 niños cada día".
Otros muchos menores no tuvieron esa misma suerte y ahora están desperdigados en campos de refugiados sin saber quiénes son.
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"Muchos fueron vendidos a familias musulmanas y se les dieron nuevas identidades, pero algunos todavía están ocultos entre las familias de Dáesh en los campamentos", explica Becker, que trata de convencer a la ONU y a otros organismos internacionales para que empiecen a buscarlos "antes de que sea demasiado tarde".