A pocos minutos para las 17:00 horas del aquel 17 de agosto, el murmullo turístico y constante de Las Ramblas se convertía en gritos de pánico, incertidumbre y desesperación. A partir de ahí, Barcelona era testigo de horas de caos y de la inmediata intervención de los servicios de emergencia y de las fuerzas de seguridad.
Su objetivo prioritario era localizar al autor del atentado yihadista en La Rambla. El conductor de la furgoneta que atropellaría mortalmente a 16 peronas era Younes Abouyaqoub, un joven islamista radicalizado al calor de Abdelbaki Es Satty, imán de Ripoll.
Pero la huida de Abouyaaqoub fue rápida. Abandonó la furgoneta en mitad del conocido boulevard barcelonés -justo encima del mosaico de Joan Miró- y huyó a pie a través del mercado de La Boquería, contestando incluso a una chica que preguntaba confusa por lo que había ocurrido yzafándose del intento de un turista italiano por detenerle.
Las cámaras le captaron andando, aparentemente tranquilo, tras cometer la masacre. La Boquería, normalmente atestada de gente, había quedado desierta por el pánico que había invadido a sus ocupantes y Abouyaaqoub aprovecharía esa situación para escapar. No fue hasta unos días después cuando el terrorista fue abatido por los Mossos en Subirats.
Su atropello masivo llenó La Rambla de ofrendas para recordar a las 16 víctimas mortales y dejar mensajes de ánimo y superación pero no de miedo. Días después los comerciantes la zona decidieron recuperar la normalidad en un ciudad que aprendió a levantar la voz contra el terrorismo al grito de "No tenemos miedo".
Poco después del atentado de Barcelona llegaron las sospechas sobre si había habido un aviso de los servicios de inteligencia, pero los Mossos se desvincularon de cualquier alerta de la CIA. Sin embargo, según publica 'El Confidencial', hasta tres altos cargos de la policía autonómica acudieron a Washington para reunirse con personal de la CIA tras el aviso de que Daesh podía atentar en la Ciudad Condal.
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