Hace 20 años, la pequeña ciudad de Beslán, en Osetia del Norte, se convirtió en el escenario de una de las tragedias más graves en la historia de Rusia. Un comando checheno e ingusetio secuestró a más de 1.000 personas, entre ellos niños, padres y profesores, en una escuela durante tres días. La respuesta del Kremlin a esta crisis marcaría el inicio de lo que hoy conocemos como 'la doctrina Putin'.

En un asalto llevado a cabo por las fuerzas rusas, murieron 334 personas, incluidos 186 niños. Esta operación, que fue condenada años después por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por no proteger el derecho a la vida de los rehenes, dejó una profunda cicatriz en la sociedad rusa. Sin embargo, la tragedia de Beslán también representó el momento en el que Vladímir Putin consolidó su enfoque intransigente y autoritario hacia cualquier forma de desafío, tanto interno como externo.

Durante los últimos 20 años, Putin ha desarrollado y perfeccionado esta doctrina, basada en la fuerza bruta y la represión, anteponiendo siempre el control y su propia imagen a cualquier otra consideración. Beslán fue su primera gran prueba como líder, solo cuatro años después de asumir la presidencia, y desde entonces, su respuesta ha sido vista como el modelo para su posterior manejo de crisis, incluyendo su política en Ucrania.

A pesar de la magnitud de la tragedia y de las constantes demandas de las familias de las víctimas, Putin nunca había visitado el lugar hasta ahora, dos décadas después. En su visita, lejos de ofrecer respuestas o disculpas, se limitó a mantener su postura de silencio sobre las acciones de las fuerzas rusas durante el asalto. En su discurso, incluso cometió el error de minimizar el número de víctimas infantiles, afirmando que fueron 136 en lugar de los 186 reales.