Agosto de 1983, Bilbao enfrentó una de las peores catástrofes naturales de su historia. En un lapso de 72 horas, las lluvias torrenciales desbordaron la ría, dejando a su paso 34 muertos y más de 5.000 evacuados, con 101 municipios afectados. Las precipitaciones, que alcanzaron hasta 500 litros en un solo día, saturaron los suelos y, en conjunción con mareas altas, provocaron el desbordamiento de los ríos Nervión e Ibaizabal, inundando barrios enteros y causando daños materiales incalculables.

La respuesta fue inmediata. En tan solo 48 horas, 2.000 soldados, apoyados por 200 vehículos y 50 máquinas pesadas, llegaron a la zona para hacer frente a la emergencia. En un esfuerzo sin precedentes, el Ejército movilizó hasta 10.000 efectivos de tierra, mar y aire, superando las cifras ofrecidas recientemente por el gobierno actual. En tres días, distribuyeron 62.000 raciones de pan, 106.000 litros de agua y 40.000 litros de leche a la población afectada, mientras que montaron tiendas de campaña para albergar a aquellos que habían perdido sus hogares.

Los ecos de esta tragedia resonaron en un contexto ya complicado por los años del plomo y la amenaza de ETA, haciendo que la movilización rápida de las fuerzas armadas se convirtiera en un símbolo de unidad y eficacia. Las autoridades locales también enfrentaron la delincuencia, deteniendo a 30 saqueadores en los días posteriores a la riada, quienes intentaron aprovecharse de la situación de emergencia.

Hoy, cuatro décadas después, el recuerdo de aquel desastre natural y la rápida intervención del Ejército sigue presente, destacando la importancia de la coordinación y la solidaridad en tiempos de crisis. Con las recientes inundaciones en Valencia, las lecciones aprendidas en 1983 cobran relevancia, recordándonos la capacidad de respuesta que se puede lograr ante la adversidad.