El mecanismo COVAX, por el cual los países con más recursos donan vacunas contra el COVID a quienes tienen más dificultades, parece no estar funcionando, viendo que sólo tiene un pinchazo un 3% de la población. Pero, incluso si lográramos que llegaran, el proceso de vacunación en zonas tan pobres también es muy complejo. Porque la desigualdad no solo se mide en dinero, sino también en salud y en sistemas sanitarios.
Y en muchas partes del mundo, como ha indicado el periodista José María Rivero, o son muy débiles o no existen. Eso es lo que dificulta la vacunación: lugares sin un sistema sanitario fuerte, en muchas ocasiones ni fuerte ni débil, simplemente inexistente; países o regiones para los que ya de por sí cualquier epidemia puede ser dramática, esta es demoledora. Lo que aquí ni se contempla que pueda obstaculizar la vacunación, allí directamente lo impide. Por ejemplo, el transporte de las vacunas allí es un problema muy difícil de resolver.
Así lo cuentan médicos y expertos que trabajan sobre el terreno. En gran parte del planeta, las carreteras no son el principal medio, o no el más seguro o más directo -a veces incluso no existen-, para trasladar mercancías; para trasladar vacunas, en este caso. Hay que recurrir a avionetas, a las barcazas en el río o a carretas tiradas por animales. Eso o encarece el transporte de la vacuna, o lo retrasa o lo pone en peligro. Y esto es un material delicado. Una vez que logran llevar las vacuna a su destino, hay que guardarlas, y esto tampoco es sencillo.
Las vacunas se guardan en neveras. Durante un tiempo, breve, las vacunas pueden resguardarse o transportarse en neveras portátiles. Pero no siempre. hay que pasarlas a neveras de hospital, y en muchas zonas del mundo el problema es que no hay electricidad, o al menos no con regularidad. Y sin electricidad para las neveras, las vacunas mueren. Y si no hay neveras, y si se quiere mantener con vida esas vacunas en la portátil, se necesita hielo. Un hielo que se genera en máquinas, es decir, con electricidad.
Otros problemas y datos sobre la aceptación
Pero estos no son los únicos problemas en estas situaciones. Suponiendo que se pueda salvar el transporte y el mantenimiento de las dosis, luego hay que ponerla. Lo que supone un nuevo problema en la vacunación de los países de bajos ingresos o de ningún ingreso directamente: la jeringuilla para extraer la dosis, el material con el que se diluye esas dosis... elementos necesarios para poder inmunizar. Se necesita personal, y no siempre hay médicos en los países más desfavorecidos; ni médicos ni enfermeros.
En cambio, si los hay, hay que formarlos para que puedan dispensar este tipo de vacuna tan compleja. Todo esto, claro, se enmarca en las zonas de paz. En donde hay conflictos, el Estado no existe. ¿Se puede imaginar un proceso de estas características? Las guerras entre facciones, los ataques de guerrillas, la represión de los gobiernos en según qué zonas... Todo esto hace que no sea fácil trasladar las vacunas hasta esas zona. Por un lado, porque nada garantiza la seguridad de los viales. Por otro, porque los grupos rebeldes rechazan lo que envían los gobiernos contra los que se levantan.
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Y después, porque en esas zonas la población está más preocupada en salvar la vida de unos y otros que del coronavirus. Finalmente, hablamos de datos sobre la aceptación popular de las vacunas en África. Hay, en principio, más indiferencia que rechazo. No lo ven como un problema. Allí se ve como problema el sarampión, que mata; la malaria, que mata; el sida, que mata. Pero el coronavirus no, puesto que no hay tanta percepción de peligro, según indican las estadísticas. No hay muertos oficiales, y no queda claro el motivo. Hay teóricos que apuntan a su juventud: 40% de población menos de 15 años. O a que viven más en la calle que en las casas, en espacios abiertos.