El humo de la discordia

El caos de las fumatas: amarillas, grises y tóxicas, el humo del Vaticano siempre ha sido impredecible

Los detalles
Entre papeles quemados, estufas rebeldes y señales contradictorias, la historia del cónclave está marcada por humos que confundieron al mundo y hasta hicieron toser a los cardenales.

El caos de las fumatas: amarillas, grises y tóxicas, el humo del Vaticano siempre ha sido impredecible

Desde esas tejas donde late el corazón del Vaticano, la chimenea ha hablado: no 'Habemus papam'. La fumata negra se ha elevado nítida sobre la Capilla Sixtina, visible sin dudas ni malentendidos. Hoy, el humo sí ha sido claro. Pero no siempre fue así.

No ha habido consenso entre los cardenales: solo 89 de los 133 electores han coincidido en un nombre. Mañana se volverá a intentar. El ritual seguirá su curso, con nuevas votaciones y más ojos fijos en esa pequeña chimenea que decide cuándo empieza un nuevo pontificado.

A lo largo de los 111 años en los que se ha usado el código de color —blanco para el 'sí', negro para el 'no'— la historia de las fumatas ha sido, por momentos, tan oscura como el humo que anuncian.

No solo ha habido negras y blancas: también se han visto fumatas amarillas. Aparecían antes del cónclave, no para anunciar nada, sino para comprobar que la estufa funcionaba correctamente. Esa prueba se hacía con compuestos neutros que teñían el humo de amarillo.

En 2005, este sistema fue sustituido por controles electrónicos que garantizan el funcionamiento sin necesidad de señales visuales. Aun así, en ese mismo cónclave, el que eligió a Benedicto XVI, la fumata volvió a ser incierta. La ambigüedad obligó a incorporar una nueva señal: si el humo es blanco, suenan las campanas. Un modo de evitar malentendidos… al menos hacia el exterior.

Porque dentro del cónclave, el humo ha causado otros problemas. Cuenta la leyenda que en más de una ocasión la combustión ha provocado ataques de tos entre los cardenales. El humo, blanco o negro, nunca es del todo bueno.

Y en la historia ha habido de todo: fumatas grises, mediopensionistas (que empezaban blancas y acababan negras), otras que nadie veía, algunas que intoxicaron a periodistas… y hasta conspiraciones.

En 1958, el humo blanco salió primero. La plaza estalló en júbilo, la Radio Vaticana anunció la elección… y minutos después, volvió a salir humo negro. La explicación oficial fue un fallo de combustión. La versión alternativa sostiene que el cardenal Giuseppe Siri fue elegido papa, pero renunció bajo presión del Kremlin.

El lío más célebre llegó en 1978, en la elección de Juan Pablo I. El humo parecía blanco, pero viró a negro. En la plaza, nadie sabía si celebrar o esperar. En la sala de prensa, reinó el desconcierto hasta que, de pronto, la Radio Vaticana anunció que había papa.

Fue entonces cuando el Vaticano decidió usar dos estufas: una para quemar las papeletas y otra para generar el humo visible, químicamente coloreado.

Hoy, al menos, el sistema ha funcionado: la fumata ha sido negra, clara, inequívoca. No hay papa. Pero sí, tradición, leyendas, humo… y mañana, más cónclave.