Un nuevo episodio
El Congreso vive una jornada más de gritos e interrupciones: la normalización de la bronca parlamentaria
Los detalles Como en otras ocasiones, los gritos y las interrupciones dominaron el Hemiciclo, evocando episodios previos de tensiones históricas, desde el incidente de Labordeta en 2003 hasta los altercados con pancartas de Amaiur en 2014.

Este miércoles, el Congreso de los Diputados ha vivido una jornada de alta tensión. La presidenta de la Cámara, Francina Armengol, tuvo que suspender el debate durante cuatro minutos ante la escalada de insultos y gritos procedentes de ambas partes del Hemiciclo. Un espectáculo lamentable que, una vez más, pone de manifiesto el deterioro de la convivencia parlamentaria.
Los incidentes de gritos e interrupciones se han convertido en algo habitual en las sesiones del Congreso. Los debates, que en principio deberían ser un ejercicio de intercambio de ideas, se han convertido en un terreno fértil para los descalificativos y las actitudes irrespetuosas. Este tipo de comportamiento, que muchos consideran una grave falta de educación, se ha normalizado hasta el punto de que la presidenta tuvo que intervenir en un intento de restaurar el orden.
El incidente no es aislado. Las broncas en el Congreso parecen haberse convertido en una constante. A menudo, los diputados no se escuchan, la presidenta intenta mediar, y la situación escala rápidamente a gritos y expulsiones. En el pasado, hemos visto episodios como el de José Antonio Labordeta en 2003, quien, al sentirse interrumpido, no dudó en mandar "a la mierda" a los diputados del PP. Una frase que, aunque sonó fuerte, no llevó a ninguna expulsión, pues la autoridad del momento prefirió ceder ante la indignación de Labordeta.
Las expulsiones en el Congreso, de hecho, no fueron una práctica común hasta 2006, cuando el diputado del PP, Martínez Pujalte, fue el primero en ser obligado a abandonar el Hemiciclo tras negarse a salir. Desde entonces, las expulsiones se han repetido, aunque no siempre con la misma contundencia.
Intentos de mediar de parte de los presidentes del Congreso también han fracasado en ocasiones. En 2014, el presidente Jesús Posada se vio envuelto en un altercado cuando diputados de Amaiur desplegaron pancartas en el Hemiciclo, y la situación se agravó cuando Xabier Mikel Errekondo, portavoz de la coalición, intentó entregar una carta a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. Ante la tensión, Posada, con firmeza, exigió: "Tírelo, coño", buscando calmar los ánimos.
El Congreso no solo se ve alterado en los plenos; las comisiones también han sido escenario de incidentes sonados. En 2018, el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, llamó "palmera" a la diputada del PP, Andrea Levy, lo que desató una serie de intercambios de insultos. Rufián, además, provocó más tensión al guiñarle el ojo a la diputada, lo que la llevó a replicar: "No me guiñes el ojo, imbécil".
Uno de los momentos más impactantes en los pasillos del Congreso ocurrió cuando Rafael Hernando, también del PP, se encaró agresivamente con Alfredo Pérez Rubalcaba, y fue necesario que intervinieran varios diputados para evitar un enfrentamiento físico.
Aunque estos incidentes no son la norma, la constante escalada de tensión en el Congreso refleja un malestar creciente que afecta tanto el ambiente parlamentario como la imagen institucional.