Protegido con un casco y con chaleco antibalas, así han grabado las cámaras a Juraj Cintula, el detenido por haber disparado al Robert Fico, el primer ministro eslovaco, durante los registros policiales que las autoridades han llevado a cabo y en los que él ha participado.

El detenido ha sido visto saliendo de su casa en Levice a cara descubierta y esposado por efectivos de las fuerzas especiales. Cintula, de 71 años, reside en esta vivienda junto a su mujer. De allí se han llevado varias pruebas, como una torre de ordenador.

Este arresto trae a la memoria casos de magnicidio del pasado, donde los autores enfrentaron destinos diversos, ya que no todos fueron a la cárcel. Por ejemplo, el asesino del presidente estadounidense John F. Kennedy, Lee Harvey Oswald, fue detenido 80 minutos después de disparar. Oswald negó siempre haber disparado contra Kennedy. Dos días después, en el momento en el que el prisionero, iba a ser llevado desde los sótanos hasta la cárcel de la ciudad, acusado ya como el asesino de Kennedy, un gánster de Dallas lo disparó y lo mató sin que hubiese sido juzgado.

En mayo de 1981, Mehmet ali Agca disparó hasta cuatro veces contra el papa Juan Pablo II. El papa sobrevivió y Agca fue apresado inmediatamente y sentenciado a cadena perpetua por un juzgado italiano. Dos días más tarde, en su primera intervención pública tras el atentado, el papa lo perdonó. En junio del año 2000, el hombre que podría haber matado al Papa, fue indultado por Italia -con el beneplácito del Vaticano- y trasladado a Turquía, su país natal, donde fue encarcelado por delitos anteriores.

En noviembre de 1995, cuando el primer ministro israelí, Isaac Rabin, terminó su discurso, Yigal Amir lo mató, disparando tres veces contra él con una pistola semiautomática. Amir fue sentenciado a cadena perpetua y actualmente sigue en la cárcel. Hace unos años en Israel se aprobó una ley que impide indultar al asesino de un primer ministro, por lo tanto, todo apunta a que morirá en prisión.

Tetsuya Yamagami, el hombre que disparó y mató al primer ministro japonés Shinzo Abe, fue arrestado inmediatamente cerca del lugar de los hechos bajo sospecha de intento de asesinato. A día de hoy permanece encarcelado a la espera de juicio, porque en Japón hay pena de muerte, pero los expertos apuntan a que podría evitarla y ser condenado a cadena perpetua.

Entre los grandes magnicidios del último siglo, hay uno que aún no se ha resuelto, el del primer ministro sueco, Olof Palme, que le dispararon cuando volvía a casa andando con su mujer en Estocolmo. Una bala entró por la espalda y le atravesó el pecho, y otra impactó en el abdomen. Palme murió minutos después. Nadie vio al asesino y, por lo tanto, nadie ha pagado aún por ese crimen.