Berlín ha sido el escenario de una película de espías, pero en este caso no hay guion cinematográfico. Todo es real. El medio alemán 'Der Spiegel' publicó una noticia en la que hablaba de un diplomático ruso que apareció muerto frente a la embajada rusa en Berlín. Horas después, ya se conocía su nombre: Kirill Zhalo. No solo eso, también se supo que no era un diplomático, sino un espía de los servicios secretos rusos.
Desde que se publicó esa información se han conocido nuevos detalles que parecen conformar una novela de John le Carré o una película de James Bond y que, en laSexta Clave, ha analizado el periodista Joaquín Castellón. Porque parece haber cierta tendencia a la 'precipitación' en esa zona -de hecho, ya se cayó un trabajador en 2002-. Para entender toda esta historia, primero, un poco de contexto en la Embajada de Rusia en Berlín, uno de los lugares más vigilados de la capital.
Allí aparece de repente un hombre que yace muerto ante la puerta durante horas. Nadie parece actuar para acercarse, comprobar su estado o siquiera levantarlo. Los rusos, los más próximos, tampoco. ¿Están esperando algo? Quizá quieren que lo vean las autoridades alemanas, que no pueden actuar porque el fallecido tiene pasaporte diplomático. Así, todo apunta a que dejarlo ahí es un mensaje de Putin.
Algo así como: "Alemanes, quiero que sepáis que este hombre ha muerto". Si uno va más allá, puede observar otro mensaje: "Si hay que cortar la cabeza de uno de los míos, me encargo yo". ¿Por qué? Porque Kirill Zhalo era, en teoría, un diplomático más, sin relevancia; pero en la práctica, un agente de la FSB (la nueva KGB) y que estaba en Berlín desde 2019. Cabe destacar, por dar algo más de contexto a esta trama, que la ciudad ya estaba siendo escenario de sucesos extraños que habían involucrado casi directamente a los rusos.
Zhalo llegó a la capital alemana en 2019, al mismo tiempo que Tornike K., un combatiente checheno que quería empezar allí una nueva vida con su mujer y sus cuatro hijos y que fue asesinado poco después de llegar. Entre las aficiones de este ciudadano georgiano estaba el ir a la mezquita o pasear por el parque. Un parque, el de Tiergarten, donde le mataron a los dos meses de su llegada. En esta ocasión, un mercenario le pegó dos tiros en la cabeza a plena luz del día. Fue un sicario al que detuvieron y juzgaron.
Se sospechó que la preparación y la cobertura del asesinato se gestionó en la embajada rusa. Como consecuencia, los rusos fueron señalados, Alemania reclamó explicaciones y todo este lío condujo a un bochorno internacional. En este caso, el presunto instigador de esta trama no sufrió consecuencias. ¿Por qué? Por su padre, vicepresidente del nuevo KGB y el hombre detrás de, presuntamente, asesinatos o envenenamientos. Era un hombre fuerte en Rusia hasta hastael estallido del caso Navalni.
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En aquella ocasión, los espías dejaron incluso registros telefónicos con llamadas a Moscú, lo que supuso un nuevo fracaso para el Kremlin. Una crisis para los servicios secretos y para la familia, pues todo apunta al fin de su intocabilidad.
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