En los últimos años, un fenómeno alarmante está transformando el mapa político de Europa: el viraje de los partidos de derecha hacia posturas más radicales. Lo que una vez parecía impensable, ahora es una realidad palpable, con movimientos evidentes hacia la ultraderecha que están generando divisiones y debates.
En España, este cambio se refleja con claridad en la política regional y local, donde la derecha tradicional ha encontrado aliados en partidos como Vox. Juntos, han implementado políticas que incluyen la eliminación de áreas de igualdad, y reformas en leyes de memoria histórica y violencia de género, orientadas a una visión más restrictiva y conservadora de la sociedad.
Sin embargo, la tendencia no se limita a España. En toda Europa, los partidos conservadores enfrentan decisiones internas cruciales sobre si deben o no pactar con la ultraderecha. Esta división es particularmente palpable dentro del Partido Popular Europeo, que ha endurecido su discurso en un esfuerzo por contener el avance de la ultraderecha, algo reflejado en propuestas para fortalecer el control fronterizo, reformar las leyes de migración y asilo, y enfatizar los valores cristianos y familiares.
Además, la situación se complica con el surgimiento de movimientos populistas que intentan capitalizar el malestar de sectores tradicionalmente afines a los conservadores clásicos, como el sector agrario. Este fenómeno ha llevado a un debate acalorado sobre cómo competir con la ultraderecha sin alienar a su base electoral más radicalizada, un dilema similar al que enfrenta el Reino Unido tras el Brexit, donde votantes decepcionados perciben un aumento de la inmigración.
En Francia, la disposición de algunos conservadores a colaborar con la ultraderecha, encabezada por Marine Le Pen, ha exacerbado las tensiones dentro del espectro político tradicional, desencadenando la mayor crisis conservadora desde las elecciones europeas. Este acercamiento ha llevado incluso a discusiones sobre la posibilidad de un 'Frexit', reflejando una creciente inclinación antieuropea entre algunos sectores conservadores.
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En este clima de alta polarización política, los partidos tradicionalmente conservadores en Europa se enfrentan a un dilema existencial: cómo mantener su identidad política frente al creciente atractivo de posturas más radicales sin perder su base electoral y, al mismo tiempo, contener el avance de movimientos que desafían el statu quo europeo establecido.