Isabel Díaz Ayuso y Carles Puigdemont han coincidido en asegurar que en la política no hay espacio para las lágrimas. Sin embargo, la historia reciente de España y del mundo contradice esta premisa, revelando momentos de vulnerabilidad de líderes políticos.
Un ejemplo es el de Esperanza Aguirre, que expresó a los medios la decepción que supondría para ella que su mano derecha durante años pudiese estar implicado en un caso de corrupción, que posteriormente resultó ser verdad. Soraya Sáenz de Santamaría también mostró su lado más humano al presentar un fondo social de vivienda en el que pedía una segunda oportunidad para aquellas familias que por un error se habían quedado en bancarrota.
Alberto Ruiz Gallardón, en un acto público, derramó lágrimas al demostrar el cariño y afecto que sentía por Manuel Fraga, que le acompañaba durante ese acto. Asimismo, Alfredo Pérez Rubalcaba, vivió uno de los momentos más emocionantes de su vida, un 22 de octubre de 2011 acudía al primer mitin después de que ETA anunciase el cese de su violencia armada.
El final de etapas políticas también ha sido motivo de lágrimas, como lo experimentó Miguel Ángel Moratinos al dejar el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores. Pedro Sánchez, al renunciar a su acta de diputado en 2016, también mostró su fragilidad emocional en público.
Fuera de España, líderes como Barack Obama y Vladímir Putin han sido captados llorando en eventos públicos, demostrando así su lado más humano. El demócrata lloró delante de las cámaras anunciando medidas para controlar el uso de las armas en su país y el presidente de Rusia lo hizo para despedir al político ruso Sub-Chak.
Incluso Kim Jong-un, el líder supremo de Corea del Norte, sorprendió al quebrarse ante cientos de madres a las que pidió que tuviesen más hijos para enfrentar la bajada de la tasa de natalidad en el país.
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