La DANA ha dejado un rastro de destrucción sin precedentes, convirtiéndose en uno de los fenómenos meteorológicos más devastadores en la historia reciente. Esta tormenta se caracteriza por su inusual comportamiento: en lugar de desplazarse linealmente, las tormentas permanecen estáticas en una misma área, acumulando lluvias intensas que resultan en inundaciones catastróficas.
La clave de su destructividad radica en varios factores interrelacionados. En primer lugar, las lluvias continuas han superado la capacidad de drenaje del suelo, saturándolo y anulando su habilidad para absorber el agua. Esto ha provocado que los ríos, ramblas y barrancos se desborden, inundando áreas que, en condiciones normales, apenas experimentarían precipitaciones.
Otro elemento crítico es la energía acumulada en estas tormentas, que pueden generar fenómenos extremos como granizadas y tornados. El contexto geográfico también juega un papel fundamental. La proximidad del mar Mediterráneo ha proporcionado un suministro constante de humedad, intensificando las tormentas.
Las regiones afectadas, muchas de ellas con terrenos llanos, han visto cómo el agua, sin ninguna resistencia, se desplaza sin control hacia abajo, provocando daños en infraestructuras y hogares. Esto ha provocado inundaciones en áreas que, históricamente, apenas habían recibido lluvia. Los ríos, ramblas y barrancos se han desbordado, arrastrando todo a su paso sin posibilidad de evacuar el exceso de agua.
La combinación de estos factores ha culminado en una tragedia que ha dejado a su paso devastación y pérdida.
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