Desde 1979 hasta 2020, las turbulencias en los vuelos comerciales han aumentado en un 55%. Incluso se han establecido rankings de las rutas más y menos peligrosas, evidenciando un preocupante incremento en incidentes como el registrado en un vuelo Kosovo-Suiza en 2019, que dejó varios heridos.
El fenómeno no parece estar disminuyendo. Entre 2009 y 2022, Estados Unidos reportó 163 casos de "lesiones graves" atribuidas a turbulencias en vuelo. Sin embargo, lo más inquietante son las turbulencias imprevistas, cuyo aumento se pronostica debido al cambio climático.
Según los expertos, el calentamiento global está provocando un incremento de las turbulencias que no están asociadas a tormentas o terrenos montañosos. Estas turbulencias se generan cuando corrientes de aire frío y caliente chocan en la atmósfera, fenómeno que se ha intensificado con el aumento de la temperatura del mar.
Aunque para los pasajeros las turbulencias no suelen representar un peligro grave, para la tripulación de cabina suponen un riesgo mayor debido a que pueden pillarles de pie y sin protección adecuada. Estudios indican que tienen hasta 24 veces más probabilidades de resultar heridos en comparación con los pasajeros.
A pesar de estos riesgos, los aviones modernos están diseñados para resistir las turbulencias más comunes. Sin embargo, el aumento en la frecuencia e intensidad de estos fenómenos podría acelerar el envejecimiento del aeroplano, reduciendo su vida útil y afectando la operatividad de las flotas a largo plazo.
Una de las zonas más afectadas por este fenómeno emergente es el Atlántico Norte, donde las corrientes en chorro, impulsadas por el calentamiento del océano, podrían provocar turbulencias más frecuentes y severas. Esto podría impactar significativamente los vuelos transatlánticos, afectando el tiempo de vuelo y la velocidad de las aeronaves.
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