La extrema derecha ha logrado una victoria histórica en Alemania, un país que parecía haber superado las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial. Esta elección ha puesto de manifiesto las profundas divisiones que persisten entre el este y el oeste del país, revelando una Alemania fracturada más de tres décadas después de la reunificación.

A pesar de los avances logrados desde 1990, la brecha entre las dos regiones sigue siendo evidente. Las estadísticas muestran que el este de Alemania enfrenta tasas de desempleo significativamente más altas que el oeste, superando la media nacional por dos puntos porcentuales. Además, los salarios en el este son un 16% más bajos que en el oeste, y las pensiones de los antiguos trabajadores de la RDA solo se igualaron con las del oeste hace un año.

La disparidad también se refleja en la brecha entre lo urbano y lo rural, con las grandes ciudades y la mayoría de las empresas de renombre concentradas en el oeste. Mientras figuras destacadas como Angela Merkel, nacida en la RDA, han sido excepcionales, solo el 14% de los miembros del gobierno actual provienen del este. Esta falta de representación en los altos cargos refuerza la percepción en el este de sentirse dominado por el oeste.

Estas desigualdades han sido explotadas por la extrema derecha, que ha capitalizado el resentimiento y la sensación de marginación en el este. Prometiendo una mejora en las condiciones de vida y escurriéndose en un discurso nostálgico de grandeza, el partido extremista ha encontrado un terreno fértil entre los votantes descontentos.