30 años de la primera visita
Las visitas reales a los barrios marginales: de Juan Carlos y Sofía en La Celsa a Felipe y Letizia en las 3.000 viviendas
¿Sirven de algo? La visita de los reyes Juan Carlos y Sofía a La Celsa no produjo cambios inmediatos, pero ayudó a visibilizar la pobreza extrema, impulsando con el tiempo mejoras gracias a la presión vecinal y las inversiones públicas.
A 30 años de la primera visita oficial de los reyes Juan Carlos y Sofía al poblado chabolista de La Celsa, en el sur de Madrid, la memoria de aquel gesto se mantiene viva en las mentes de los vecinos. Un acontecimiento sin precedentes en 1994, cuando los monarcas decidieron abandonar el protocolo tradicional y llegar en autobús urbano a uno de los puntos más marginales de la ciudad, en plena crisis de drogas y pobreza.
La visita fue una manifestación de cercanía. Miles de personas aguardaban el paso de los monarcas, quienes, a medida que avanzaban por el lugar, se detenían una y otra vez para escuchar los problemas de los vecinos: la drogadicción, la falta de viviendas dignas y los déficits educativos. "Estábamos felices de tener esperanza, aunque fuera por un día, de que nuestra situación mejorara", recordaba un residente en ese entonces.
El patriarca del poblado, conocido como Tío Isidoro, no escondió su emoción: "Es un orgullo que vengan a visitarnos, lo mejor del mundo", afirmó. La jornada culminó en un gesto simbólico: los reyes se sentaron a tomar café en la chabola de su hijo, mientras el emérito, con su bastón de mando, recibía la distinción de "rey de los gitanos" otorgada por el patriarca Tío Aquilino.
Treinta años después, la reflexión sobre el impacto de estas visitas persiste. ¿Sirvieron de algo? En el caso de La Celsa, la situación no cambió radicalmente tras aquella visita, pero sí se produjo una transformación gradual gracias a la presión de los movimientos vecinales, las inversiones de las administraciones públicas y los planes de urbanización. Las chabolas se fueron eliminando, la infraestructura mejoró y la zona pasó de ser un lugar desolado a un área más habitable.
El impacto de esas visitas reales no es un fenómeno aislado. Ya en tiempos de Alfonso XIII, el monarca se alejó de las cortes elegantes para visitar Las Hurdes, una región empobrecida de Extremadura, un gesto que inspiró la construcción de escuelas, hospitales y carreteras. La imagen de un rey preocupado por los problemas reales del país marcó un hito en la historia de la monarquía española.
En la actualidad, las visitas de los reyes continúan trayendo atención mediática a zonas desatendidas. En 2020, Felipe VI y Letizia visitaron el barrio sevillano de las 3.000 viviendas, sacudido por la pobreza y la drogadicción. Aunque no se ha visto una mejora significativa desde entonces, ese día permitió que los problemas del barrio ganaran visibilidad y que aquellos que luchan por mejorar las condiciones de vida se sintieran reconocidos.
El verdadero valor de estas visitas, a pesar de la falta de cambios inmediatos, radica en la capacidad de poner en primer plano las realidades ignoradas, de motivar a quienes luchan por mejorar su entorno y de hacer sentir importantes a los habitantes de los barrios más marginados, aunque solo sea por un día. En este sentido, las visitas reales, aunque simbólicas, cumplen una función crucial en visibilizar las necesidades más urgentes de la sociedad.