El detenido practicaba lo que se conoce como "canibalización", es decir, adquirir piezas de diferentes armas en países extranjeros para, posteriormente, juntar todas esas piezas, rearmarlas y hacerlas listas para el disparo.
Estas armas tienen de particular que no han participado en ningún hecho delictivo, y por ellas los delincuentes son capaces de pagar miles de euros. En el caso de las armas cortas 3.000 euros, un subfusil, incluso, 8.000 euros.
El principal detenido en esta operación había convertido el sótano de su vivienda en una fábrica donde ensamblaba las piezas: cañones, cargadores, silenciadores... todo a gusto del consumidor.
Cada pieza venía de una parte del mundo. Las compraba por Internet, con una identidad falsa y los paquetes llegaban a un domicilio donde varias personas recibían el material.
Era un fanático de las armas, según asegura la Policía, incluso tenía licencia de tiro olímpico.
Se trata de un hombre de 45 años con un trabajo normal, de comercial, pero con una doble vida de traficante de armas: para ello tenía una red de colaboradores necesarios para adquirirlas y receptores interpuestos. Era capaz de hacer funcionar cualquier arma, aunque hubiese sido inutilizada previamente.
En su domicilio también se encontraron más de 5.000 unidades de munición, cuando lo permitido son 100.
Los agentes, que llevaban seis meses tras él, están analizando la información, intentando cerrar cuál es la estructura de proveedores y cuál era el destino final de las armas.
El acusado ya ha sido detenido, junto con una de sus colaboradoras, y ha ingresado en prisión.
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