En una comunidad de lujo, derroche y diversión no pudieron resistirse al capricho de la Fórmula 1. Faltaban unos meses para las elecciones autonómicas de 2007 cuando a Francisco Camps se le encendió la bombilla. Negociaciones con el magnate de la Fórmula 1 y macroproyecto a la vista.

Según Camps, el coste del circuito sería de cero euros. El gasto lo asumirían empresas privadas. Las condiciones de Ecclestone: que Camps ganase las elecciones autonómicas, y las ganó.

5 carreras y 275 millones de euros públicos después, el circuito es un almacén de palés. Con el dinero invertido se podrían haber construido 55 colegios públicos, pero a Camps le movía un sentimiento. "Con este circuito todos vamos a estar orgullosos de ser valencianos y españoles", afirmaba Camps.

A día de hoy, el circuito sólo forma parte de una ruta: la del despilfarro. Ya no hay ni coches, ni aficionados, tan sólo indignación. Porque los años felices de la Comunidad Valenciana han tocado fondo y construcciones como ésta sobran por toda la comunidad.