Arturo Rocher era el jefe del departamento de seguridad del FGV. A él le llaman para declarar en la Comisión de Investigación y para decirle que iba a haber unas reuniones para hablar temas de la comparecencia.
En la primera reunión se da cuenta de que no es sólo una reunión, sino que hay algo más. Le dan un documento con el tema a tratar de reflexiones para la comparecencia en la Comisión de Investigación en las Cortes Valencianas. Se tuvo mucho miedo porque "podía tener unas tremendas consecuencias penales y tenían que hacer piña" entre los trabajadores, asegura.
En esas reuniones se sigue un proceso técnico y luego se entra en la materia de las preguntas y repuestas que interesaban. "Hay 70 preguntas con posibles 70 respuestas". De todos los comparecientes cree que a parte de él no lo conserva ninguna.
La, por aquel entonces, directora gerente de FGV, Marisa Gracia, niega la estrategia. Una prueba de que "se acaba cogiendo antes a un mentiroso que a un cojo". Ella presidía los ensayos. Si se equivocaban con las respuestas les echaban la bronca, incluso llegándoles a faltar el respeto. También había palabras que no se podían decir. "Nadie se atrevió a protestar".
En cuanto al libro de averías, Arturo asegura que es "absolutamente imposible que se desintegrara", tanto el libro como las copias. El exjefe asegura que hubo trabajadores que accedieron a la unidad en las noches posteriores a la tragedia.
El objetivo principal era que allí nadie asumiera responsabilidades. "Había sido un accidente y el único responsable era el maquinista", que había fallecido y era "la opción más fácil".
Cuando acaba la Comisión de Investigación, los que participaron hicieron dos comidas posteriores y una de ellas fue una celebración. Es más, hubo un número de trabajadores que declararon que les ascendieron en su puesto o aumentaron el sueldo.
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