De '47' en '47'
Manolo Vital, o la verdadera razón por la que usted debería secuestrar un autobús
Piénselo bien: ¿ha pensado usted alguna vez en saltarse la ley para hacer justicia? ¿Seguiría peleando si su enemigo fuera tan poderoso como para meterle inmerecidamente en prisión? laSexta Columna cruza la Península de '47' en '47'.

Mi nombre es Xavi Burgos, soy redactor de laSexta Columna y crecí justo delante de Torre Baró, el barrio de la goyizada película 'El 47'. El balcón del edificio de colores de mi madre era un palco VIP a la marginalidad. Cuando aún no medía lo suficiente como para asomarme por encima de su barandilla, miraba a través de ella cómo en la montaña de en frente proliferaban chabolas que, con suerte, iban mudando sus chapas por ladrillo. Recuerdo sentirme afortunado imaginando que vivía ante un pesebre, y que quizá, solo quizá, de las alforjas de los camellos de los Reyes Magos caería alguno de los regalos que no habían traído en Navidad. Pero no.
Aquello era Torre Baró, y aunque camellos no escaseaban en nuestros barrios, lo que sí faltaban eran regalos y transporte público para que los pastorcillos llegaran a la zona. Incluso, 20 años después, algunos de mis vecinos construyeron una falsa y reivindicativa boca de metro que provocaba una confusión que, a mí, lo confieso, me parecía graciosa.
Lo de la película 'El 47' es una encomiable aventura de lucha por los derechos, una historia que esconde muchos secretos que no encajan en formato cine y sí en uno documental como el de laSexta Columna. Se da la casualidad de que, además de voyeur de Torre Baró, soy nieto de un Manolo Vital como el que secuestró el autobús. No solo compartían nombre: mi abuelo Manolo también abandonó el sur en la posguerra, levantó el barracón donde creció mi padre y, a base de traspasar líneas rojas y burlar uniformes grises, ayudó desde El Carmel a construir la identidad de una ciudad en constante cuarentaysietización.
Fue él quien me explicó que lo de delante del balcón de mi madre no era un pesebre, sino un lugar marginado por un puñado de caganers encorbatados que no atisbaban en los suburbios buenos caladeros de votos, sino problemas al conectar distintos estratos sociales. Por eso, casi medio siglo después, parte del barrio sigue sin farmacias ni supermercados, sin línea regular de autobuses y sin instalaciones eléctricas propias de la Barcelona que presume de Copa América de Vela. Tal es la precariedad que los propios vecinos de Torre Baró estuvieron a punto de quedarse sin ver la gala de los Goya porque sufrieron uno de sus habituales cortes eléctricos, y ya venían de más de veinte días sin luz.
Después de este reportaje, muchos no volverán a dar entrevistas porque seguirán teniendo más difícil que otros barceloneses el acceso a puestos y profesiones mediáticamente relevantes. Sus tasas de problemas de salud mental seguirán duplicando la media, y mucho más si las comparamos con las de otros de los barrios de la misma montaña que sí cayeron en gracia; que eligieron algunos de esos políticos encorbatados para comprarse maravillosos chalets, y que, estos sí, están sobradamente abastecidos.
Por eso, porque parece que ciertas luchas sean inútiles, quizá usted considere que no merece la pena secuestrar su propio autobús. Sin embargo, la historia de la democracia en España demuestra lo contrario: que las urnas y quienes salen de ellas a veces necesitan que los gritos de heroicos solistas o de valientes coros de indignados les despierten o les pongan contra las cuerdas. Como ejemplo, el que laSexta Columna ha encontrado en la Sierra de Grazalema, en Cádiz. A Juan Clavero, un experimentado ecologista que protestaba por el cierre de un camino público por parte de un especulador inmobiliario, alguien le colocó 47 gramos de cocaína en su furgoneta. Sí, cosas de la vida: 47, como el autobús.
Clavero entró en prisión, el sendero permaneció cerrado y muchos negocios que dependían de él han sufrido las consecuencias. Los compañeros de Juan no le abandonaron, se demostró que todo había sido una trampa y él siguió batallando. ¿Quién le colocó la droga? ¿Cómo pudo acceder a su vehículo? ¿Pagarán por el delito los conspiradores? ¿Han aceptado devolver lo que es de todos, lo público? Como repetía mi abuelo cuando me hablaba de las chabolas, aprender sobre las luchas de los demás también cuenta como lucha.