Una semana después de las elecciones generales de 1936, miles de españoles llenaban el estadio de Montjuic. Como dijo el comentarista, un "verdadero río humano invade el graderío del estadio". La selección republicana jugaba en casa, e iba a enfrentarse contra un simpático equipo de saludo coordinado: la Alemania nazi, que fue "objeto de una cariñosa y simpática acogida". Fue el día en que la tricolor, la señera y la bandera nazi ondearon juntas.
La 'roja' intentó imponerse, pero con poco éxito: "Los españoles luchan con coraje pero no hay que confiar mucho, los bebedores de cerveza están dispuestos a darnos cualquier susto", se comentó durante el partido. Y la profecía se cumplió: los nazis ganaron 2 a 1. Pero España también tenía su propio y conjuntado equipo fascista: la Falange. Su líder era un joven de padre exdictador al que no le iba mucho lo de la lucha obrera.
José Antonio Primo de Rivera prefería lo del mando único, pero las urnas no acompañaban. "Electoralmente eran nada, 40.000 votos en toda España en febrero del 36. Pero hacían mucho ruido en sus luchas con las juventudes socialistas, las juventudes comunistas... Estaban a tiro limpio desde el 34, y en la primavera del 36 ni te cuento", ha explicado el catedrático de Historia Contemporánea Fernando del Rey.
Según el historiador y autor de 'El gran error de la República', Ángel Viñas, de lo que se trataba era "de crispar, de polarizar a la sociedad española". Las juventudes de los partidos se habían radicalizado. Los falangistas recibían instrucción paramilitar en la Casa de Campo con merchandising del partido: gorra y escopeta. Y en marzo, José Antonio Primo de Rivera fue detenido por tenencia ilícita de armas.
Ese mismo mes, las juventudes socialistas y comunistas se unieron. Los enfrentamientos callejeros dejaron más de 380 muertos. "Lo que es innegable es que hubo desórdenes que se han exagerado notablemente", ha añadido Viñas. El punto crítico de esa violencia llegó días antes del golpe de Estado, cuando unos falangistas asesinaron al teniente republicano Castillo. Horas después, un grupo de guardias de asalto hizo lo mismo en Madrid con Calvo Sotelo, que luego se convertiría, en símbolo franquista.
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"El asesinato de Calvo Sotelo se ha esgrimido como la causa del estallido del golpe de Estado, pero el golpe se hubiera producido de todas maneras", ha indicado Ángeles Egido, catedrática de Historia Contemporánea de la UNED, que cree que "la Guerra Civil no era inevitable" porque "no había por qué dar un golpe de Estado, dado que las elecciones del 36 habían sido libres", y ha añadido: "En 1936 todo era posible, incluso la paz".