Yôko Ôta

Traductoras: Kumiko Ikeda y Marta Añorbe Mateos

Editorial: Satori

Año de publicación original: 1948

El 6 agosto de 1945, Yôko Ôta, su madre, su hermana pequeña y el hijo de esta, tenían todo preparado para salir de Hiroshima en dirección a su pueblo natal. Una pequeña localidad en las montañas del norte de la ciudad. Ôta había huido meses atrás de Tokio, bombardeada incesantemente por los estadounidenses.

A las 8:15 de la mañana, las cuatro dormían todavía en su casa cuando un destello de luz azulada inundó el cielo. La primera bomba atómica lanzada contra la población civil explotaba a medio kilómetro del suelo de Hiroshima, arrasando con todo lo que había a kilómetros a la redonda. Edificios desaparecidos, otros derrumbados y los que estaban más lejos, con graves desperfectos dejaban sin hogar a toda la ciudad.

A las 8:15 de la mañana del 6 de agosto del 45, la primera bomba atómica explotaba a medio kilómetro del suelo de Hiroshima

Una joven de Kanawajima, una isla del mar interior a ocho kilómetros del epicentro, perdió un pecho cuando un cristal impulsado por la onda expansiva se lo cercenó. El poder de esa bomba desconocida hasta la fecha fue tan devastador que los supervivientes se quedaron sin palabras para describir el horror que habían vivido. Todos menos Yôko Ôta.

Una escritora galardonada

Yôko Ôta llevaba más de 15 años dedicándose a la escritura a tiempo completo. Con más o menos suerte, con años en los que obtuvo algunos prestigiosos y millonarios premios literarios y otros en los que tenía que volver a vivir con su madre, en 1945 era una escritora conocida en el país del sol naciente.

Por eso, cuando pasó el hongo nuclear y fueron conscientes de lo que había ocurrido, horas después, trataron de irse, con lo puesto, al pequeño pueblo rural en el que habían nacido ella y su hermana. Menos de diez días después, y tras haber sufrido un nuevo impacto en Nagasaki, Japón se rindió y la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin.

Apremiada por la seguridad de que iba a morir, se hizo con papel y lápiz y, un mes después de que cayera la bomba, comenzó a escribir 'Ciudad de cadáveres'

Entonces comenzó el horror para los supervivientes. Personas que no habían sufrido heridas en la explosión empezaban a encontrarse mal, vomitaban sangre negra y densa, se descomponían por dentro, les salían manchas en la piel y terminaban muriendo de una manera horrible. El síndrome de la bomba atómica afectaba a todos los que habían estado en Hiroshima el 6 de agosto. Y eso aterró a Yôko Ôta.

Apremiada por la seguridad de que iba a morir, se hizo con el poco papel que pudo encontrar y un mes después de que cayera la bomba, con un lápiz que encontró, comenzó a escribir compulsivamente Ciudad de cadáveres. Un libro diferente a todos los que escribió, porque iba de lo lírico a la novela, pasando por el ensayo. Todo lo que quería Ôta era dejar constancia de lo que había ocurrido.

La odisea de publicar 'Ciudad de cadáveres'

Las páginas de este libro están impregnadas del impulso apremiante de contar. Es la voz de una mujer con la definitiva necesidad de dejar por escrito su amor por la vida, con algunos pasajes tremendamente bellos, sobre la fuerza del otoño en los bosques de su pueblo natal, convencida de que toda esa belleza le va a ser arrebatada cuando el síndrome de la bomba atómica acabe con ella.

Pero también es el relato detallado del dolor causado. Unos hechos que, si ella no los hubiera reflejado en aquellas cuartillas, no se habrían conocido tan pormenorizadamente. Sus conversaciones con médicos, sus charlas con los niños, que le describen con tremenda inocencia lo que vivieron, la ausencia total de dulcificación del drama, hace de Ciudad de cadáveres un libro tan duro como necesario.

Han pasado 75 años hasta que 'Ciudad de cadáveres' se ha publicado por primera vez en castellano

Japón, derrotada, fue controlada en los años posteriores a la guerra por el Mando Supremo de las Potencias Aliadas, que impuso un Código de Prensa estricto en el que estaba prohibido hablar de la bomba atómica. Por eso el manuscrito de Ciudad de cadáveres, terminado en unos pocos meses, fue rechazado por varias editoriales.

Sin embargo, en 1948 se supo que la URSS tenía en su mano la bomba atómica, por lo que los estadounidenses decidieron abrir la mano y dejar salir algunos relatos sobre el horror causado, para asustar a la opinión pública japonesa y que se alejaran de los soviéticos. Ciudad de cadáveres se publicó entonces, cercenada, sin los pasajes más duros y explícitos, sin datos ni conversaciones con científicos.

Tuvieron que pasar dos años más hasta que, en 1950, la edición completada se publicó, revisada por la propia Ôta. Y desde entonces han pasado 75 años hasta que Ciudad de cadáveres se ha publicado por primera vez en castellano, poniendo punto final a un silencio incomprensible, de una obra esencial en el género bélico que explica, de primera mano, cómo fue sufrir la caída de la bomba atómica.

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