Muchos años después de que terminase la guerra, Lee Miller solía servir las bebidas a sus visitas en una preciosa bandeja de plata con las iniciales AH. Aquellas dos letras hacían referencia a Adolf Hitler y formaban parte del modesto botín que la fotógrafa tomó del número 27 de Prinzregentenplatz, en Múnich, Alemania.

Aquella casa que había pertenecido al Führer fue completamente arrasada por las llamas tras la llegada de los Aliados, pero Miller se llevó algo más valioso. El 30 de abril de 1945, el mismo día en que el dictador se suicidó en su búnker de Berlín, Lee se introdujo en su bañera para tomar una fotografía icónica. La de una mujer que había cambiado el mundo de la moda, del arte para más tarde ofrecer una mirada completamente vanguardista y honesta de los horrores de la guerra.

Transformada por las vanguardias

Nada en los orígenes de la estadounidense podría haber apuntado a aquel desenlace. Nacida en el seno de una familia acomodada, la vida de Miller cambió drásticamente cuando viajó a París. La capital de Francia se había convertido en un hervidero de vanguardias e -ismos en los que encajó perfectamente. En pocos años colaboraba con Vogue y aprendía fotografía en el estudio de Man Ray.

Lee Miller se introdujo en la bañera de Hitler para tomar una fotografía icónica

Su fotografía en aquellos años era poética, formas negras que se separaban a veces del fondo con líneas negras muy marcadas gracias a la técnica de solarización que desarrolló con Ray y que más tarde él se apropió enteramente. Aquellos años definieron un estilo por el que su mirada se convirtió en un objeto muy preciado.

Puede que por esa misma razón, cuando Man Ray y ella se separaron, el artista le dedicó Objeto para ser destruido, un 'ready-made' (introducir un objeto ordinario en el mundo del arte) en el que el ojo de Miller debía ser objeto de la destrucción del artista, con instrucciones que detallaban los pasos a seguir para hacer añicos la obra.

Su vida hecha película

La Segunda Guerra Mundial sorprendió a la fotógrafa en Londres, donde empezó documentando los bombardeos del Blitz alemán. Pero cuando los aliados empezaron a desembarcar en Francia, Miller siguió el avance de las tropas estadounidenses como corresponsal de guerra. En aquellos años escribió extensos reportajes para Vogue, con fotografías que la obligaban a estar muy cerca del frente, viendo horrores inimaginables.

Su temperamento cambió en aquellos años. Llegó a ser testigo de la liberación del campo de concentración de Dachau, sin dar crédito a lo que veía. Las imágenes de muerte que tomó en aquellos días fueron censuradas en su mayoría y Lee presionó a sus editores estadounidenses para que las mostrasen para dar a conocer los horrores de la camarilla nazi.

Lee Miller siguió el avance de las tropas estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial como corresponsal de guerra

La figura de Miller avanza en muchas direcciones, de forma inclasificable. No es de extrañar que ahora sea una película la que trate de contar su historia. Es la última obsesión de Kate Winslet, fanática confesa de la fotógrafa y que se centra en los años de guerra en que informó al resto del mundo de lo que estaba ocurriendo tras las alambradas del Tercer Reich.

Con motivo del estreno de la película se le suma además la biografía escrita por su hijo, Antony Penrose. Las vidas de Lee Miller se edita por primera vez en España desde 1985. Una obra que incluye además las fotografías de Miller para no dejar de observar toda la belleza y todo el horror que su cámara fue capaz de retratar siempre con dignidad.

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