Pedro Sánchez tiene amigos y eso en sí ya es una buena noticia, porque desmonta a todos aquellos que dicen que carece de cualquier tipo de sentimiento y que cultiva como única afición la de ir apuñalando personas y principios.
Que los conserve (los amigos) habla mucho y bien de todos los implicados. De Sánchez porque con toda la plancha que tiene aún le quedan minutos para hablar con sus colegas, quizá mandarles algún meme o cotillearles cosas que solo le pasan a uno cuando es presidente del Gobierno. De los colegas, porque a estas alturas de la vida y de la legislatura aún tienen ganas de proponerle quedadas, una pizza en el Luna Rossa, una reunión terapéutica de hombres amenazados por el feminismo radical... cosas así.
Se han tenido que quedar perplejos todos aquellos que le consideran un ciborg cuando han comprobado que Sánchez y su pandilla, los amigos de Peter, son como muchos de los hombres de mediana edad que pueblan este país llamado España.
Han nacido sin ser conscientes de que ese hecho biológico les concede una serie de privilegios sin mérito alguno. Han crecido educados en un patriarcado más o menos suave, según cada casa. Han llegado a la vida adulta y quizá no se han parado a pensar en determinadas cosas.
Que las mujeres cobramos menos y cuidamos más, que la maternidad se convierte en muchas ocasiones en obstáculo para la carrera profesional de cada una. Que hay una violencia específica que nos agrede y nos mata. Que somos suaves cuando toca, leonas cuando nos da la gana.
Pero eso no integra. Eso asusta. Eso amenaza. Porque implica pararse a pensar, deconstruirse para luego reconstruirse, sacudirse la caspa de las hombreras de la chaqueta. Claro que somos feministas, dirán los hombres de mediana edad como Sánchez y sus amigos. Pero dame tiempo, que tengo que hacerme a la idea.
Se creen modernísimas estas criaturas.
Shhhh. Dilo bajito, no me grites, que me das miedo. Tira de ese sexto sentido que sólo tenéis las mujeres. Esa empatía, esa sonrisa, lo bien que trabajáis en equipo, esa forma tan vuestra de enfrentaros al mundo. Contamíname, mézclate conmigo.
Mire, presidente, basta ya.
El feminismo es conflicto, y agita, y golpea. Quizá no gusten algunas formas pero una cosa le digo, a usted y a sus amigos: no sean simples, no se queden solo en eso, no me vengan ahora con el cuento de los estudios demoscópicos. Siéntense conmigo, que en la mesa del comedor tengo hueco para seis comensales.
Dense cuenta de lo que les digo, ya es muy tarde para que la palabra feminismo se reduzca a una palabra más de su vocabulario. ¿No ven la de arrugas que me están saliendo de tanto esperar? Y eso que yo también soy una privilegiada con respecto a otras. Todos somos el pijo de alguien, que no se nos olvide.
Pero ya estamos cansadas de poner buena cara, o de poner cara de nada. Como si nada pasara por nuestra cabeza después de escuchar según qué cosas, después de vivir determinadas escenas, de sufrir determinadas desigualdades.
No hemos venido aquí a que tu existencia sea plácida e hipotensa con según qué cosas. Quiero que entiendas y que hagas. Y si vas a decir que mis palabras provocan tu contrariedad, que te incomodan, mejor te callas. Y ya de paso te apartas, que quiero sentarme en el mismo sitio que tienes reservado para ti solo desde hace demasiado tiempo.