Es sabida la importancia de la autoestima. Se trata de gustarse, de ponerte delante de un espejo y de que el reflejo te guste una barbaridad. Miren al protagonista de esta foto. El presidente del Gobierno de España, a sus cuarenta y pico, conserva aún todo el pelo y parte del bronceado del verano.
Es más alto que la media y, a pesar del bruxismo que sufre su mandíbula desde que la pandemia aprieta, los está toreando a todos. A pesar de que en las casas de apuestas pocas veces salió como caballo ganador.
Miren cómo se maneja detrás del atril. Es Pedro Sánchez, más bonito que bueno, como me dijo una colega hace años después de entrevistarle. Y tiene pinta de que va a durarnos toda la vida, apuntan algunos, amenazan algunos.
Es un ser inmortal, aparentemente sin sentimientos. Y el día que se hizo esta foto estaba exultante. Otro día más. Esta vez presentaba el 'Plan P' en el Palacio de la Moncloa. La pe es de Pedro y de pianista. Ese James Rhodes que llegó a Madrid dispuesto a conquistarnos a todos y ha acabado por empacharnos.
Ese plan, piensa Sánchez, no tiene un pero. Es poco concreto, eso sí, que tampoco nos la vamos a jugar con los detalles. Y total, la lección se la sabe de memoria, porque la repitió en campaña, porque volvió a recordarla después del verano, en la Casa de América. Porque, para evitar deslices, la repitió delante de su espejo el día antes. Le salió tan bien, que nada más acabar se dio a sí mismo palmaditas en las mejillas y brindó por su persona.
En este preciso instante el presidente está dando las gracias a los asistentes. Como Lina Morgan pero sin torcer la boca y la pierna. Sonríe y habla de "embajadores y embajadoras". Para eso no necesita papeles. Luego hablará de la promesa de 800.000 puestos de trabajo, luego enseñará un DAFO en el que han cambiado la A de Amenazas por la R de Retos. Y de resiliencia.
Detrás, como en las ruedas de prensa telemáticas, aparecen varios de los asistentes. Una imagen que recuerda a las celdas en las que encajaban a los invitados de Vip Noche, esa delicia para los sentidos presentada, entre otros, por José Luis Moreno y Belén Rueda.
De pronto, asoma Pablo Iglesias. Tiene un aire a la escena de Mariano Rajoy saliendo de detrás de un árbol. Emerge con su moño vicepresidencial, la camisa roja y la corbata negra a la que acostumbra últimamente. Intenta encontrar el encuadre adecuado para no estropear la foto, aunque algunos intuyan cierto afán de protagonismo. Pero esos dos o tres segundos bastan para desenfocar la imagen, atraen la mirada de cualquiera, hacia el líder de Unidas Podemos. Que, como a su socio de Gobierno, también le gusta que le hagan caso.
Iglesias necesita una cura de sueño, un retiro espiritual, porque se le ha juntado todo. Niños en edades de máxima dependencia, un gobierno en el que presiona como puede y como le dejan, una crisis sanitaria sin precedentes y muchas series interesantes que tiene a bien recomendarnos. También un marrón como la copa de un pino llamado Dina Bousselham. Aún no sabe, mientras busca cómo disimular las ojeras y pone cara de estar prestando mucha atención, la que le espera.
Le espera un señor llamado Manuel García Castellón. Un juez de la Audiencia Nacional para el que solo tiene parabienes, encargado como está de la Operación Kitchen. Un hombre de bien, alejado de las cloacas en las que nos ha metido a casi todos: empresas, periodistas, fuerzas y cuerpo de seguridad del Estado. En él sí podemos confiar, si es la mismísima reencarnación de Maquiavelo.
Minutos después, pensará todo lo contrario. Pensará que quedan pocos seres humanos íntegros. Porque ese juez es el mismo que ha solicitado su imputación en un puñado de páginas en las que expone sus argumentos para considerarle sospechoso de tres delitos. Tres.
Le pedirá a Pablo Echenique que haga de Pablo Echenique, mostrará su pesar a compañeros y a amigos. Esos amigos que aún confían plenamente en él. Aunque, como todo el mundo sabe, amigos de verdad se cuentan con los dedos de una mano.
Ese bofetón judicial a mitad de semana lo saca inmediatamente de plano. Porque nada más saberse la noticia desaparece. Ya no tiene que jugar con el monitor para que la imagen sea nítida. Mejor ausentarse. Esa tarde tendrá que salir a dar explicaciones. Del plan que ha presentado su Gobierno y de su plan para salir indemne del asunto. Vuelve a hablar bajito, como un pastor protestante que busca convencer a los fieles de la parroquia.
Mientras, Pedro sigue haciendo de Lina Morgan. Qué bien le sale el "gracias por venir".