Ursino Gallego murió en 1979 en Parla por la hemorragia interna que le provocó una pelota de goma lanzada por los antidisturbios de la Policía Nacional. Los ciudadanos de la ciudad del sur de Madrid, unos 40.000 en aquel momento, llevaban dos semanas de movilizaciones por los continuos cortes de agua y porque la Carretera Madrid-Toledo planeaba cruzar por el medio de la ciudad. Los sucesos se conocen como la 'Insurrección de Parla', un lugar de clase obrera, humilde, abandonado en aquel momento por las administraciones en lo que respecta a los servicios públicos y que servía como lugar de hacinamiento para la clase obrera. Esas ciudades donde se agolpaba la mano de obra fueron denominadas por Soleá Morente en una canción para una exposición en el Reina Sofía como "Campos de concentración para exiliados laborales".
Es 2022. Parla ha mejorado su calidad de vida a pesar de ser una de las poblaciones de menor renta de la Comunidad de Madrid, ya no tiene problemas de escasez de agua y solo hay 32 pisos en alquiler, todos por un mínimo de 700 euros excepto uno que tiene un precio de 550 euros. La renta media en esa ciudad es de 23.000 euros. Así que lo normal es que esos precios estén destinados a exiliados de una corona más cercana al centro de Madrid que tengan que abandonar la presencia de sus orígenes, de su familia, de su barrio, de las estructuras de sentimiento que les anclan a su propia vida. Lo hace la clase obrera de una gran ciudad y la de la periferia, pero también la del ámbito rural o de provincias y comunidades donde el paro aprieta y la vivienda escasea. Así lo dicta el mercado y la ineludible propiedad privada que funciona como dogma para beneficio de los rentistas y sufrimiento del que trabaja. De la muerte de Ursino a la búsqueda en Idealista han pasado los años de vida que tengo y el conocimiento, desde mi propia experiencia y la de mi familia y amigos, de los problemas que supone vivir en los márgenes de una gran ciudad donde habita el capital. Nacidos en las periferias para ser expulsados cada vez más lejos de los lugares donde se decide nuestra propia vida, de los sitios a los que tendremos que acudir a fichar desde cada vez más lejos.
Una escena televisiva corrió como la pólvora en redes sociales este fin de semana. Era el primer programa de laSexta Xplica y Sabela, una trabajadora joven, contaba su experiencia sobre la dificultad para poder alquilar un piso en Madrid que no suponga la mitad de su salario. Su sueldo está por encima de los que se suelen cobrar por la mayoría de la población, unos 1.700 euros, es una indecencia que ese salario sea superior a la media pero es así, y no encuentra un estudio para ella sola en condiciones dignas de habitabilidad por debajo de 700 euros. La respuesta del economista Gonzalo Bernardos indigna a cualquiera que sepa lo que es intentar buscarse la vida en una comunidad como la de Madrid. "¿Y qué tal si nos vamos a 40 kilómetros de Madrid? […] En Móstoles se vive muy bien, en Aranjuez se vive muy bien […] lo que no podemos hacer es que el hijo o la hija viva al lado de la mamá".
Está todo tan mal en esa intervención que solo alguien con una distancia sideral con la realidad social de la clase trabajadora puede hacer ese comentario en televisión sin que se le caiga la cara de vergüenza. El privilegio asoma en cada letra de esa frase, puede que sin darse cuenta, puede que defendiendo los intereses inmobiliarios que representa. De lo que no cabe duda es que en esa frase hay un sesgo de clase de posición dominante que solo aquellos que hemos vivido alguno de los condicionantes de esa sentencia podemos reconocer. La frase emana clasismo, si no puedes pagarte lo que el mercado dicta tendrás que irte lejos, con los de tu clase, a las leproserías inmobiliarias que funcionan como método de apartheid para la chusma proletaria.
Vivo en Fuenlabrada, al lado de Móstoles, sé lo que es de primera mano vivir lejos de todo. Ahora Fuenlabrada, al igual que Móstoles, son ciudades con una calidad de vida aceptable, si teletrabajas o si trabajas en la localidad. Deja de existir esa calidad si tienes que desplazarte a realizar tus obligaciones laborales al norte de la ciudad, donde suelen ubicarse, o al centro de Madrid. Vivir en la periferia implica añadir a tu jornada laboral entre dos y tres horas diarias de desplazamiento en transporte público, algo menos, no mucho, si lo haces en vehículo privado y madrugas un poco más. Cuando se mencionan los tiempos de desplazamiento se puede saber quién habla sin haberlos vivido porque no los sufre. Mira Google Maps y se cree que eso representa los tiempos efectivos de desplazamiento. Sin ir de tu casa a la estación, sin contar los tiempos de espera, sin contar las averías e incidencias, sin contar los transbordos, sin contar las constantes obras y reparaciones.
La cuenta de información de Renfe en Twitter informaba a una chica que preguntaba cómo llegar de Atocha a Parla por una incidencia en el servicio: "Buenos días, para llegar a Parla tienes que ir en tren hasta Villaverde Alto y, una vez allí, realizar transbordo a trenes con destino Las Margaritas. Desde Las Margaritas, un autobús con destino Getafe Sector Tres y allí, finalmente, un tren lanzadera hasta Parla. Un saludo". Una cuenta contestaba sarcásticamente: "Si no queréis que la chica vaya no tenéis más que decírselo". Pero la chica no tiene más remedio que ir, o volver, porque vivir en Parla y trabajar en Madrid es ese sacrificio perpetuo. Es perder la vida en esperas y trayectos.
A la clase obrera se la ha segregado históricamente en centros habitacionales destinados solo al descanso y con nulos espacios de socialización y ocio. Por eso cuando las ciudades dormitorios han ido adquiriendo esos servicios públicos, culturales y de esparcimiento los precios han ido subiendo expulsando a un nuevo círculo de la periferia a todos aquellas generaciones herederas de quien habitó uno de esos campos de concentración para mano de obra. La burbuja inmobiliaria y la especulación expulsó de sus propias ciudades a las generaciones actuales y a su precedente. He visto a muchos amigos y amigas de mi generación irse a vivir a Carranque, Yeles, Illescas o Casarrubuelos porque no había manera de encontrar piso en Móstoles, Fuenlabrada, Getafe o Leganés. Separarse de la familia es algo cotidiano en la clase obrera a pesar de que en muchas ocasiones la necesites para poder tener una vida emancipada. Necesitas a la tribu pero no puedes permitirte mantenerte a su lado. Puede sonar contradictorio cuando provienes de una extracción privilegiada. Pero es un hecho cotidiano entre los más vulnerables. "Lo que no podemos hacer es que el hijo o la hija viva al lado de la mamá", decía Gonzalo Bernardos con el tono condescendiente y paternalista de quien se cree que la suerte se elige. Sin entender que la clase obrera necesita a los abuelos cerca para poder pensar en tener descendencia y que cuiden de sus hijos mientras la pareja trabaja por no poder pagarse una guardería privada y por no haber plazas suficientes de la pública. Ni hablemos de la necesidad de estar cerca de los suyos que tiene una madre soltera de clase trabajadora. No conocen la realidad de la gente común y se creen con derecho a decirle cómo y dónde vivir. Pasaba en 1979 y sigue pasando ahora.