El antiguo edificio de Airbus de Fuenlabrada se encuentra en el Cerro de La Cantueña, un pequeño promontorio arbolado en la frontera entre los polígonos que forman la zona empresario-industrial más grande de toda Europa, ese es el inmueble que Isabel Díaz Ayuso ha considerado adecuado para alojar a 96 inmigrantes menores no acompañados. Un lugar hostil y tóxico en la zona sur de Madrid, en la frontera municipal entre Fuenlabrada y Parla, que tiene como intención generar alerta en una población de renta baja, gobernada por la izquierda, para alimentar todos los prejuicios contra los menores y justificar así el mensaje de odio contra los inmigrantes.
Acudo a pasearme por el entorno un día pastoso y caluroso de septiembre, el humo del tráfico y el ruido industrial aumentan el desasosiego en la zona, es un espacio del que quieres huir volviendo a la urbanidad y el civismo. Dejo el coche, porque no es fácil llegar de otra manera, y camino desde una rotonda en la que se apiñan varias naves de venta de productos provenientes de China. El trasiego de camiones, furgonetas y maquinaria es incesante. Al llegar al edificio, tras diez minutos caminado por una carretera que desemboca en una mole gris, me encuentro a multitud de operarios trabajando. Están preparando todo a la carrera para recibir a Ayuso en la inauguración. Será la primera y última vez que la presidenta pise aquel vertedero del sur de Madrid. Un obrero que realiza la forja de la puerta de acceso se limpia el sudor mientras le pregunto si ese armatoste arquitectónico en medio de la nada es el centro que va a ser destinado a los menores migrantes y su respuesta es una bofetada brutal que muestra el odio del penúltimo hacia el último y una derrota moral: "Sí, aquí es donde van a meter a esos delincuentes". Tras el shock inicial por la crudeza de la respuesta acabo entendiéndolo mejor, no es un centro para menores, es una cárcel, y por eso el lugar es el adecuado. No se busca integrar, sino aislar. No busca dar cobijo, sino generar un conflicto.
Explicar cómo es ese lugar es difícil sin olerlo y escucharlo, sin sentir la degradación del espacio, sin ahogarte con el humo y sin escuchar tus propias palabras por el ruido de la A-42 con el incesante paso de camiones de gran tonelaje. Los polígonos de La Cantueña y Cobo Calleja son una ciudad hostil e inabarcable que ocupan un no-lugar situado entre Getafe, Parla y Fuenlabrada y atravesada por la carretera de Toledo. Es un espacio destinado a la industria, el comercio al por mayor y sin habitabilidad ni humanidad, precisamente por eso Isabel Díaz Ayuso ha considerado que es el mejor sitio para ubicar a 96 migrantes no acompañados. No los considera personas y para ellos no hay lugar mejor que un apartadero insalubre.
La única salida del centro donde se alojarán los menores migrantes es a través de una pasarela azul enrejada sobre la carretera, atravesarla es mejor con los oídos tapados y con un pañuelo en la boca. Al otro lado del puente que cruza la carretera se encuentra uno de los prostíbulos más grandes de la zona sur de Madrid y ubicado frente a una gasolinera que mantiene su túnel de lavado en ruinas creando una sensación de espacio distópico y de apariencia posapocalíptica. La marginalidad no lo es tanto si no se acompaña de espacios degradados, llenos de basura, abandonados y con un aspecto que incita a seguir un camino de miseria. Si los entornos determinan el futuro de los niños y adolescentes el espacio elegido por Ayuso para que estos menores puedan intentar integrarse en nuestra sociedad es el de la más absoluta marginalidad.
El objetivo de la ubicación no es confesable por Isabel Díaz Ayuso, pero tiene una finalidad clara, generar problemas y conflictos en regiones pobres gobernadas por el PSOE creando un ambiente de toxicidad y hostilidad que genere el problema. Ayuso quiere generar miedo con el lugar que ha elegido para alojarlos para inducir odio. Los vecinos están siendo dirigidos por una búsqueda intencionada de peligro, si separas de los ciudadanos buenos a los menores en las fronteras de la ciudad la sensación de peligro es inevitable, la misma que antiguamente se creaba con las leproserías.
Los menores que lleguen al centro no sabemos cómo serán. Entre los 96 que llegarán habrá de todo, más sensibles, más miedosos, más listos o con problemas cognitivos, alguno puede tener ira, otro ser soberbio, alguno huidizo, muchos, casi todos, con problemas psicológicos por su situación, la mayoría solo querrá vivir en paz, alguno odiará, como cualquier grupo no homogéneo instalado por las condiciones extremas de su vida en un sitio extraño. Pero todos, sin excepción, se verán tratados como delincuentes e ingresados en un espacio rodeado de ruido, hostilidad, degradación y marginalidad sin contacto con aquellos con los que deben integrarse y vivir. Un lugar hostil sin posibilidad de desarrollarse junto al resto de ciudadanos, en un espacio aislado del resto de la comunidad para que su simple presencia sea considerada una amenaza. La criminalización, la violencia y la marginación también se logran con la simple ubicación de unos menores al lado de un prostíbulo en un polígono.