En fútbol se suele denominar fuera de clase a los jugadores tocados por un talento especial, aquellos que tienen estrella y la capacidad para torcer el gesto de todos quienes asisten al espectáculo, por eso es iluminador presenciar la eclosión de quien posibilita que usar con él la palabra clase no solo sirva para identificar su expresión artística con el fútbol, sino la consciencia sobre su origen social y la importancia de los determinantes sociales. La clase en Lamine Yamal sirve como palabra homónima para explicar y comprender la importancia de nacer en un barrio humilde de Mataró a la hora de conformar tus hábitos, costumbres y conciencia. Yamal no es un fuera de clase porque está dentro de los de su clase y eso, el origen y la pertenencia, son más importantes que el talento que lo distingue.

El código postal no es un número más, es el espacio que nos determina, nos conforma, nos limita y nos endurece. En un mundo como el fútbol en el que las celebraciones son una exaltación de la banalidad y el individualismo es ilusionante ver cómo la próxima figura mundial de nuestro fútbol elige celebrar sus goles haciendo el símbolo con las manos del 304, la terminación del 08304, el código postal del barrio de Rocafonda en Mataró. El lugar donde se crió. Un barrio pobre. El espacio de los suyos. Una celebración que apela a la identidad compartida, al espíritu colectivo y a la importancia de la clase social en un ambiente en el que solo se valora la salida individual, la competitividad y la victoria. Con un jugador como Yamal es más sencillo que los descreídos de este fútbol como negocio podamos sentir un cierto vínculo que nos ayude a recuperar la identidad perdida. Sí, ayer celebré su gol como hace años que no celebraba nada, porque el fútbol solo funciona con conexiones emocionales y hace mucho tiempo que las había perdido. Puede que para algunos resulte inocente o despreciable, pero me emociona ver a un jugador de este nivel y solo 16 años usar los dedos para acordarse del código postal de su barrio.

En Los Rotos, las costuras abiertas de la clase obrera (Akal, 2022) conté la historia de la primera universitaria del barrio del Vácie en Sevilla, una estudiante brillante, que en contra de todos los elementos consiguió graduarse y, tras hacerlo, no lograba conseguir una entrevista de trabajo porque todos los entrevistadores veían en su curriculum el código postal de lo que consideraban un barrio conflictivo. No fue hasta que el Ayuntamiento de Sevilla le asignó un código postal desde la Concejalía de Asuntos Sociales para eludir el estigma cuando empezaron a llamarle para entrevistarla. El código postal como losa que impide el desarrollo social, es por eso que es tan importante que una estrella como Lamine Yamal, con tan solo 16 años, comprenda la importancia de valorizar el barrio y la pertenencia al lugar de origen social. De otorgar un poco de orgullo a los nenes y nenas del lugar donde se crió, de hacerlos sentir importantes.

No es necesaria que Lamine Yamal acompañe la conciencia de clase de un discurso político formado, solo tiene 16 años, y nadie debe exigirle un compromiso a las ideas de izquierdas, ni coherencia, ni formación al respecto. La clase trasciende a la izquierda. Pero sí alumbra en tiempos de incertidumbre que el hijo de un marroquí y una ecuatoguineana, criado en un barrio degradado de Mataró, se acuerde de su origen y elija un posicionamiento vital alejado de la costumbre futbolística de la neutralidad exasperante. No es necesario presionarle con expectativas absurdas porque lo popular trasciende lo teórico, pero sí debemos valorar y celebrar que la nueva hornada de afrodescendientes tengan clara la importancia del origen social en un mundo como el fútbol en el que solo se enarbola el talento y el esfuerzo despreciando la importancia de las dificultades que tienen aquellos que nacen en una cuna humilde. Yamal está sobrado de clase, ojalá que esa conciencia no la pierda porque necesitamos referentes para los jóvenes con el código postal dibujado en sus manos junto al escudo.