Los audios entre Barbara Rey y Juan Carlos de Borbón, rey de España y actual emérito, están resultando un retrato incómodo de lo que aún somos. Más allá de las cuestiones de la crónica de sociedad y las relaciones personales que me importan poco -aunque si hay en alguien en quien se debe considerar relevante es en quien hace de la familia su clave de bóveda existencial- hay una revelación que adquiere una dimensión política e histórica que está siendo enterrada y poco tratada para evitar hablar de episodios incómodos de nuestro pasado. El rey emérito le contó a Barbara Rey en una conversación privada que admiraba el compromiso de Alfonso Armada porque después de siete años en la cárcel se había retirado a su pazo gallego sin contar nada. ¿No hablamos de qué significa esto? ¿En serio?
El elefante blanco en la habitación está pisoteando los platós de televisión, las tertulias de radio y el debate político. Es imperativo hablar, debatir, tratar y preguntar qué podría contar Alfonso Armada sobre el rey emérito que le llevó siete años a la cárcel y que podría perturbar a Juan Carlos I. Es una evidencia que a lo único que puede referirse el emérito en sus conversaciones es al golpe del Estado del 23F y a situaciones que comprometan el papel del rey en la asonada que ha sido el elemento principal del relato de la Transición. Un relato que dio legitimidad ante el pueblo de España el papel como monarca en nuestra democracia después de haber sido colocado como jefe de Estado por el dictador Francisco Franco. Resulta patético que una afirmación de este porte, como la que se ha conocido por los audios con Barbara Rey, y que puede afectar al conocimiento de los hechos del intento por subvertir el orden constitucional de nuestro país, no sea el núcleo del debate de los próximos meses hasta conocer todo lo que aquella noche de febrero ocurrió.
Los hechos ya conocidos, históricos y probados, permiten cuestionar ese relato propagandístico que se construyó sobre el papel de Juan Carlos I en el golpe de Estado sin necesidad de hacer hipótesis sobre su participación, conocimiento o connivencia con el golpe militar que España sufrió el 23 de febrero de 1981. No hace falta comentar ni recordar la reunión que Alfonso Armada tuvo con el emérito en el Valle de Arán en noviembre de 1980 donde el militar explicó a Juan Carlos I la idea de un gobierno de concentración presidido por un militar aunque existen fuentes suficientes para probar que eso se produjo en tales términos, nos centraremos en algo que sucedió a ojos de todos los españoles y que nadie, ni los más monárquicos, niegan.
Alfonso Armada habló en una conversación telefónica con Jaime Milans del Bosch en la noche del 23F. Esa llamada desde el Palacio de Buenavista se produjo con la presencia de los oficiales del Estado Mayor. Milans y Armada acuerda la solución del gobierno de concentración con el militar gallego como presidente y el visto bueno de toda la dirigencia militar allí presente. Todos acuerdan que Armada debe ir al Congreso con el permiso y conocimiento de Zarzuela. Alfonso Armada le propone al rey el plan y este le pasa el teléfono a Sabino Fernández Campo. En esa primera llamada no se produce el permiso, pero si se da en una segunda llamada después de que Zarzuela lo valore. Con el permiso otorgado por el rey se da el plácet para que el golpe termine triunfando. Ya todo depende de Tejero. ¿Cómo es posible que si el monarca sabía que Alfonso Armada estaba implicado en el golpe diera permiso al militar para que entrara en el Gobierno y propusiera un gobierno de concentración que hiciera triunfar el golpe de Estado? ¿Qué hubiera pasado si Tejero hubiera aceptado la propuesta de Armada? Es fácil concluirlo, el golpe hubiera triunfado gracias al permiso del rey otorgado a Armada.
No es necesario apelar a tramas ni conspiraciones. Simplemente exigimos al Gobierno de España que reforme la ley de secretos oficiales y desclasifique todos los documentos que nos permitan a los periodistas, historiadores e investigadores clarificar, probar, y demostrar el verdadero papel del rey Juan Carlos I en el intento de subvertir el orden constitucional y romper con la democracia. Una compañera periodista, al final de un debate en televisión, me afirmaba que hoy en día no se podría haber ocultado ni tapado la actitud del monarca como en aquella época. La miré y sonreí con un ligero cabeceo, ella me respondió con una sonrisa y rectificaba con un gesto de complicidad en el que ambos coincidíamos. Pasaría otra vez, porque sigue pasando, y si Felipe VI borboneara de la misma manera que hizo su padre se actuaría desde los medios y la política tal y como se hizo con el elefante caído blanco. Pasaría lo mismo porque sigue pasando lo mismo y no hace falta imaginarlo porque España no está hablando y haciendo preguntas para conocer qué podría contar Armada sobre el rey y su papel en el 23F. No queremos imaginar ni conjeturar, queremos saber, exigimos la desclasificación de toda la documentación y conocer la verdad sobre nuestra historia.