La derecha que algunos quisieran para España no existe. No es más que una ensoñación incompatible con la historia del conservadurismo y su especificidad hispana criada en pechos del nacionalcatolicismo y con la añoranza del imperio. Escuchaba a Lucía Méndez en la cadena Ser la noche de antes diciendo que no contemplaba que el discurso no fuera otra cosa que la presentación de un proyecto de país. Pues no, no ocurrió, como buen conservador Feijóo no presentó nada, se presentó contra.

Su primera media hora se centró en hacer oposición a una amnistía e investidura fantasma. El primer tercio de su discurso giró en torno a las concesiones que supuestamente haría Pedro Sánchez a los independentistas catalanes sin presentar una alternativa política a la relación conflictiva que España presenta con Cataluña no ya desde 2017, sino desde el siglo XIX. No se sabe qué proyecto inclusivo con todos sus habitantes tiene la derecha para este país y seguimos sin saberlo.

Feijóo se empeño en hacerse el digno expresando que no tiene intención de pasar por un aro imaginario que nadie le ha puesto para que lo salte. Se supone que añoraría que alguien le pusiera en la tesitura de tener que elegir para ser presidente del Gobierno pero es que eso no ha ocurrido, al menos que sepamos, porque nadie ha reconocido de forma abierta tener negociaciones con Junts para la investidura del gallego. Lo que sí sabemos seguro es que si Feijóo diera la amnistía a Puigdemont a cambio de ser presidente perdería de manera inmediata los escaños de Vox y por lo tanto toda la estructura de su discurso es una ilusión basada en una falacia. No haría falta que eso sucediera, solo con el hecho de mostrarse interesado en negociar las peticiones de Junts la masacre mediática a la que fue sometido Pablo Casado sería una demostración de juegos florales que pasaría a lo concreto y la presidencia del PP de Feijóo ardería en una pira en la Puerta del Sol con Isabel Díaz Ayuso sonriendo desde el balcón de la Comunidad de Madrid.

El discurso de Feijóo ocupó la mayor parte del tiempo en pegarse contra el muro parlamentario con sus exiguos 137 escaños y una victoria inane que solo estaba en los deseos más profundos del ahora aspirante a un puesto directivo en Inditex. El contenido de su discurso es la esencia de un partido reaccionario que tiene como objetivo oponerse por cualquier medio a que las pretensiones de las clases subordinadas tengan la oportunidad de lograr el poder. Feijóo hablaba de recuperar el valor de la palabra dada. Entonces este cronista miraba a la tribuna a buscar la reacción de María Guardiola que empezaba a jugar con sus pies mientras los seguía con la mirada. El líder del PP, después de considerar traidores a la patria a todo aquel que no piensa como él, expresaba que se consideraba harto de buenos y malos españoles al referirse al hecho de que se pueda hablar galego, euskera o catalán en el hemiciclo. Se mostraba a favor de reformar la Constitución en su artículo 49 para dejar de llamar disminuidos a los discapacitados mientras su partido votó en contra de reformar ese artículo para no dejar la puerta abierta a una posible reforma de la Constitución. Todo coherencia.

Feijóo no solo ha mostrado en su discurso una suerte de moción de censura a un gobierno que todavía no se ha producido, sino que se ha convertido en una moción de censura a su propia política. Una enmienda a la totalidad de su labor de oposición ya que promete subir el Salario Mínimo Interprofesional mientras su partido votó en contra, o mantener las medidas contra la inflación, o subir las pensiones mientras hizo lo mismo, votar en contra. Lo que no pudo esconder en su trampantojo discursivo es su proyecto profundamente de clase, de defensa de los privilegios de los más ricos. Uno de esos momentos sutiles que dejan en evidencia su profundo proyecto de clase ha sido la de mantener las ayudas de gratuidad del transporte público incluyendo la progresividad por renta mientas defiende una ayuda a los emprendendores en la que no pagarán impuestos durante dos años sin incluir ninguna progresividad. Los ricos emprenden y montan empresas, pero no van en metro.

El discurso de Alberto Nuñez Feijóo fue cualquier cosa menos el de un candidato a presidente del gobierno en un debate de investidura. Hubo un concepto que salió de boca del candidato que puede parecer simple y sin importancia pero que recoge toda la esencia del pensamiento conservador que se considera dueño del poder. Feijóo mencionó la decadencia moral para referirse a la posibilidad de que un gobierno del PSOE con diversos socios fuera el que liderara los designios de este país. En esa frase está todo, el resto sobra.

La derecha no acepta otra cosa que el ejercicio privado del poder y ese derecho privativo les pertenece a ese estrato social de los que Feijóo es depositario de sus intereses. No importa demasiado lo que se ha hablado de la amnistía porque la negación es mucho más profunda y está anclada en lo más profundo del pensamiento reaccionario. A la derecha española no le importa que la amnistía sea una negación de la igualdad entre españoles, lo que les molesta es la ampliación de un ejercicio de privilegio, que lo es, pero que es patrimonio solo de los que ellos consideran merecedores.

La derecha no quiere la igualdad entre españoles porque eso supondría igualdad entre clases y equivaldría a compartir el poder. De eso es lo único que se trata cuando despojamos los relatos de su ropaje dejando desnuda la verdad, el único problema es que el PP no es capaz de alcanzar el poder y como partido conservador pierde toda razón de ser. El debate de hoy solo sirve si logra ganar la presidencia, y lo único que ha ganado hoy Feijóo es su propia moción de autocensura.