Vivimos la época de las pasiones tristes. Un momento en el que la frustración y el resentimiento por la desigualdad genera rencor, ira y desencanto en quienes sufren esas pequeñas desigualdades entre quien tiene más cerca. Las grandes desigualdades son inasibles, no se ven, no son concretas, por lo tanto es más difícil asistir a su existencia. Casi siempre se suele mirar en el privilegio y la ventaja del que está al lado y es parecido. Los sistemas de dominación quedan fuera del alcance del ciudadano común al ser muy difusos y de acceso inalcanzable, así que hay que buscar cerca a quien culpar de nuestra situación. Estamos en una época en la que proyectamos los problemas sobre la ventaja que identificamos en otros colectivos. Por eso tienen éxito los discursos de negación de la alteridad, de la denuncia de supuestos privilegios a colectivos vulnerables y de la consolidación de la propia identidad de grupo para asegurar una salida individual.

Yolanda Díaz anunció este domingo la medida de una herencia universal de 20.000 euros para quien cumpla 18 años, sufragada con una reforma fiscal que grave a las grandes fortunas. La herencia universal es una medida rigurosa y seria planteada por economistas de talla mundial como Thomas Piketty o Tony Atkinson. Está lejos de ser una ocurrencia por mucho que haya quien no la entienda, ni conozca cuáles son las bases fundamentales teóricas en las que se sustenta. La crítica puede hacerse, en mi caso no comparto estas medidas basadas en las salidas individuales, pero es necesario plantear el debate sobre ellas desde la misma rigurosidad que plantean quienes proponen este tipo de políticas. Para ello es necesario huir de planteamientos basados en la ignorancia sobre políticas redistributivas para paliar la desigualdad y fomentar una verdadera sociedad meritocrática que ahora está circunscrita únicamente al origen social y la cuna de la que se parte.

La universalidad de las medidas tiene sentido porque busca eliminar la frontera de exclusión que es la burocratización de los subsidios. Uno de los mayores problemas de las medidas de carácter social destinadas a los colectivos más vulnerables es que en muchas ocasiones no llegan a quien más lo necesita porque existen barreras de alfabetización digital, de conocimiento de las ayudas, de tiempo y de información asociadas a la clase social, lo que hace que estas ayudas se vuelvan ineficientes. Solo hay que observar los problemas asociados al Ingreso Mínimo Vital por una burocratización excesiva que ha generado incluso más problemas a familias que lo han recibido que soluciones ha proporcionado. El hecho de que sean universales anula este hándicap aunque lleve asociado el problema de que accedan a ellas rentas que no las necesitan. Es un mal necesario cuando se quiere universalizar un derecho. El problema, quizás, es que no es lo universal que debiera al no tener carácter retroactivo. El fallo de la medida de Sumar es que elimina lo mejor de la universalidad al plantear un acompañamiento administrativo de cinco años.

Sumar ha presentado una medida que, desde el punto de vista político, plantea un problema de comprensión ciudadana en un momento como el actual en el que hay muchas heridas de resentimiento por las crisis pasadas. No es una política pública incorrecta en sus planteamientos ni en su diagnosis, pero sí creo que puede ser contraproducente por el momento de época. Una consideración que siempre hay que tener, la asunción de la realidad. La medida de la herencia básica universal planteada por Sumar falla en su planteamiento porque fomenta el enardecimiento de esas pasiones tristes quienes pueden ser incluso afines a tus planteamientos porque fomenta la exclusión de la generación olvidada que en la historia contemporánea ha sido expulsada de las políticas públicas de redistribución de la riqueza.

La medida de la herencia universal circunscrita para los menores de 23 años genera una brecha de edad que fractura aún más el conflicto intergeneracional que se viene fraguando y que por definición rompe la conciencia de clase. Todas las medidas se plantean siempre dejando atrás a las personas de entre los 35 y los 65 años, con lo que eso implica en la construcción de ese rencor de abandono para muchos miembros de la clase trabajadora para los que nunca hay espacio, ni nunca ha habido una oportunidad. En el año 2007 comenzó una crisis brutal con la que se han ido encadenando crisis, pandemias guerras y precarización. Una generación entera de personas en España no ha vivido más que esa sensación punzante de incertidumbre y ha tragado con la conformación del posfordismo que le ha proporcionado temporalidad, salarios bajos y fragmentación existencial. Las nacidas entre 1980 y 1990 (trienio arriba y abajo), que ahora tienen entre 30 y 40 años vivieron en aquel momento una crisis que las golpeaba cuando había que construir una vida laboral y familiar. Nunca pudieron remontar, no había políticas públicas de apoyo y ahora ven como todas y cada una de las medidas que intentan hacer más soportable la presión capitalista las dejan fuera por el año en el que nacieron. No solo, sino que ven que ese esfuerzo que hicieron tienen que seguir soportándolo ayudando con sus recursos a quienes les preceden y les suceden. No se puede construir un futuro de progreso segregando por edad a quienes pertenecen a nuestra misma clase social. Un cambio cultural y político necesario es impulsar que la formación y la educación tienen que ampliarse a cualquier etapa vital, pensar también en aquellos que por encima de los 45 años comienzan a ser abandonados por todo tipo de políticas públicas.

Las herencias son el mayor problema de perpetuación de las desigualdades. El capital no se redistribuye y sigue en manos que perpetúan el statu quo sin que en la sociedad primen el talento, el esfuerzo y el mérito. La redistribución de la riqueza pasa por reducir las herencias y gravar las transmisiones hasta niveles confiscatorios para poder repartir por la vía de la educación, sin restricción de edad, la posibilidad de que haya un verdadero proceso de equiparación de clases sociales. Las desigualdades basadas en el capital social, cultural y económico son múltiples y variadas, la limitación de esas brechas entre personas de diferentes estratos es imprescindible para un proyecto de progreso. La herencia universal va en la línea correcta, pero con unos problemas de aplicación políticos y de coyuntura que hacen necesario pulir con precisión los matices para eliminar toda resistencia a las políticas redistributivas ambiciosas. Si el coste político de proponer una herencia universal es tan alto, quizás es mejor asumirlo siendo mucho más ambiciosa y yendo a por las herencias de los que ganan más de siete cifras.