La pertenencia de clase se aprende mordiendo lengua y tragando sangre, y cuando se ha pisado tierra, escombro y cascotes viendo al anochecer a padres y madres volver a sus casas derruidos del trabajo se va grabando un aprendizaje en la piel. Con el origen humilde se adquieren ciertos códigos que solo olvidas si traicionas a los tuyos. Uno de los más elementales es sencillo, se inculca a fuego con la simple vivencia y no hay excepciones: siempre se apoya una huelga.
Por eso es fácil escudriñar en la opinión pública cuando una voz pertenece a la clase de los que hacen huelga o de las que las observan meneando una copa de balón. Decía Didier Eribon sobre Raymond Aron que le caracterizaba el habitual ethos burgués de decoro y moderación ideológica ocultada tras una sonrisa zalamera y voz melosa que simplemente era una máscara de odio y violencia ante todo lo que representaba el movimiento obrero y sus luchas para perturbar el orden burgués. Esas plumas mercenarias, como las llamaba Eribon, son fácilmente identificables en nuestro tiempo porque acuden raudos a verter sospechas sobre cualquier acción colectiva de lucha de los trabajadores con acusaciones tan burdas como las de acusar a un piquete de no dejar pasar una ambulancia y provocar un parto en la calle. Es el modus operandi habitual de quienes no han tenido cerca el sabor a hiel que deja la necesidad de salir a la calle a defender tu propio pan.
El orden burgués tiene que mantenerse. La huelga de los trabajadores del metal en Cádiz por el intento de la patronal de no actualizar los salarios acorde a sus exigencias en el convenio colectivo es nueva, pero opera con los mismos procedimientos y dinámicas mediáticas cada vez que un conflicto de la clase obrera tiene fuerza suficiente para hacerse un hueco en la agenda pública. Si molesta consigue espacio, y entonces aparecen las plumas mercenarias que buscan mantener ese statu quo de sus pagadores. Para ello aparecerán aquellos opinadores de extremo centro a los que les va el sueldo en mantener ciertas posiciones de orden para tener sus espacios y tribunas a salvo. En el fondo están defendiendo también su pan, su programita en Canal Sur, su tribunita en El País y su tertulia en La SER, y para eso es indispensable criminalizar la huelga y ponerse siempre del lado de la patronal.
Las huelgas para el orden burgués pueden servir para camuflar paros patronales como lucha de la clase obrera y así ganarse algo del capital simbólico que tienen para la izquierda estas movilizaciones. Con ello se intenta perjudicar al gobierno por un lado mientras se aprovecha para poner los mimbres en caso de que haya que culpar a los trabajadores si fuera menester. Es lo que ha ocurrido con el paro patronal del transporte por carretera, que con su movilización prevista para Navidad puede servir para crear una situación de desabastecimiento que enfade a la ciudadanía y es preceptivo tener un chivo expiatorio al que poder acudir para eludir la responsabilidad, si se vende como una huelga el paro patronal los culpables de cualquier problema serán los camioneros aunque no sea su lucha. La misma situación se dará con las movilizaciones de la patronal del campo, también lo llamarán huelga.
Pero no, eso son empresarios usurpando el buen nombre de la lucha de los trabajadores. Huelga es la de los padres y madres de familia, hombres y mujeres de clase obrera, que pierden dinero con cada jornada de movilización para mantener su puesto de trabajo, ganar un derecho o mantener los pocos que les quedan. En el debate público también se juega la derrota o la victoria de una movilización, y los que nos hemos criado con el sabor amargo de ver a nuestros mayores partiéndose el alma trabajando para luego tener que lucharse el plato de comida en la calle vamos a estar siempre del lado de los más humildes. Porque hay esquiroles con pluma, pero también periodistas con conciencia de clase que tienen claro el lado del que ponerse cuando hay una barricada ardiendo.