Mónica Oltra tuvo que dimitir porque hay una izquierda timorata con miedo a dar algunas batallas y poca representación pública de quien está dispuesto a asumir el coste que supone defender un mensaje contrario a los intereses de los fascistas cuando estos inician una campaña. La correlación jurídica está perdida, y cuando se inicia una campaña fascista de este tipo la izquierda tiene que asumir que la justicia será sensible a esos intereses para tumbar gobiernos progresistas. La extrema derecha inició la estrategia para tumbar un gobierno de izquierdas con la cooperación necesaria de la judicatura sabiendo que serían sensibles a sus maniobras para recuperar el poder. El PP y VOX no hubieran recuperado el gobierno de la Comunitat Valenciá sin la campaña contra Mónica Oltra. Lo que ocurrió en Portugal con Antonio Costa es lo mismo que se hizo con la líder de Compromís y como les funcionó buscarán replicarlo. La duda es si estaremos preparados para afrontar la próxima batalla.
La diferencia que marca la dimisión de un líder político de otro que aguanta, como Ayuso, es el equilibro del relato en la batalla de la opinión pública. Cuando una polémica salta a la arena del debate público se inicia una disputa de voces, relatos, discursos y argumentos que hacen que un político se rinda y que otro aguante. En esa disputa la derrota de la izquierda está asegurada cuando se dedica a mirar el relato del propio para diferenciarse en vez de aquel que expresa el adversario para combatirlo. Eso es lo que ocurrió con Mónica Oltra, no se salió a defenderla en tromba, con todo, poniendo pie en pared y no aceptando en ningún caso que diera un paso atrás y centrándose en lo que no hacía el socio más que en combatir el relato fascista y reaccionario. Se perdió.
No estoy nada convencido de que nadie en la izquierda aprendiera la lección comunicativa de lo que ocurrió con el caso de Monica Oltra viendo la reacción posteriortras el archivo buscando incidir en la diferencia en vez de entender que solo en bloque se pueden parar estas acciones de acoso y derribo democrático. La lógica infiere que asumiendo la derrota sufrida en los medios de comunicación al ver que el relato que pedía la dimisión de la líder de Compromís ganó la batalla se hubiera comprendido el valor de tener representación pública en los medios mainstream que marcan la posibilidad de ladear hacia el lado progresista el peso del relato cuando una batalla de presión de este tipo se juega. Pero no, la certificación del archivo de Mónica Oltra ha vuelto a dar rienda suelta a las guerras intestinas de la izquierda para intentar arrimar el ascua a su sardina y romper la unidad de acción contra la reacción fascista cuando esta muestra el poder que tiene para rendir a los líderes progresistas.
La parte débil de este equilibrio es el PSOE y los polos mediáticos más afines a sus intereses. Cuando estos ven un riesgo en el debate público y asumen que la batalla está perdida y el coste es mayor aguantando que rindiéndose pliegan velas, dejan de bogar a contracorriente y se dejan llevar por la posición mayoritaria. Es esa batalla la que hay que disputar constantemente en cada polémica, y cada voz importa. Sobre todos las que no tienen miedo a las campañas de difamación y acoso fascistas, y esas, son pocas y no hay que prescindir de ninguna. Hay quien sabe el peso que tiene el relato mediático en las decisiones públicas y políticas y aún así piden que se abandonen todos los espacios donde se juega esa batalla. Unos genios de la estrategia.
Fuimos pocos los que nos dejamos pelos en la gatera defendiendo a Mónica Oltra ciñéndonos a los hechos y denunciando la campaña de cacería fascista de personajes infectos como Cristina Seguí o José Luis Roberto y los pocos que fuimos no nos debemos a filias partidistas pero somos importantes para quebrar el equilibrio del debate en la opinión pública a favor del bloque progresista. Y ese bloque, el de los derechos humanos, es aquel que defienden todos esos partidos que ahora están a la gresca. Todos y cada uno de ellos tienen que defender que un líder progresista no sea carnaza para los fascistas y deberían entender que hay batallas que no gana un partido en solitario si no todo el bloque aunque esa postura la defiendan periodistas, políticos y comunicadores que no les gustan demasiado. La alianza antifascista trasciende a las filias partidistas y quien no entiende esa máxima está favoreciendo la derrota.
La opinión pública es una amalgama multipolar con especial querencia por la reacción. Es necesario que todos aquellos que ocupan de manera temporal un puesto en esa batalla de voces y relatos entiendan cuándo es necesario compartir trinchera con aquellos que te caen mal en tu mismo polo ideológico. El debate sobre la dimisión de Mónica Oltra fue un ejemplo paradigmático de lo que ocurre cuando la izquierda se pliega ante el envite fascista. Esperemos que se haya aprendido que cuando el fascismo empuja para cobrarse una pieza es necesario hacer fuerza incluso con quien no soportas