Ayer se vivió el cierre lógico a una década sobrerreaccionada en un ecosistema donde se reunieron un perdedor absoluto, que no ha logrado uno solo de sus objetivos, que nunca ha ganado unas elecciones y que cada acto fallido que realiza provoca desgaste en su movimiento y un Estado histriónico junto a una judicatura salvapatrias que aplica el derecho penal del enemigo. El contexto es importante, y nada de esto hubiera pasado ayer si los jueces no se resistieran y negaran a aplicar una amnistía aprobada por el Congreso de los Diputados. Les guste o no se decidió que Carles Puigdemont tendría que estar ayer paseando por Cataluña sin ninguna orden de detención.
Lo normal en un estado sin hiperventilación hubiera sido que Puigdemont ejerciera su labor como diputado electo en el Parlament y que diera su discurso en la sesión, que posteriormente votara en contra de la investidura de Salvador Illa porque la amnistía se le hubiera aplicado con normalidad sin políticos togados ejerciendo y que si hubiera alguna objeción jurídica sobre la aplicación de esa amnistía, después del acto de la investidura, le llegara la notificación judicial para que fuera a declarar al Tribunal Supremo por sus propios medios sin espectáculos policiales.
Puigdemont tendría que estar haciendo el ridículo en libertad para que pudiéramos valorar con normalidad el fracaso estrepitoso que fue reunir a poco más de 3000 personas en el acto en el que se anunciaba que el presidente que vivía el exilio retornaba a Barcelona mientras se atrevía, sin sonrojo, a parafrasear a Tarradellas. Lo que tendríamos que estar valorando es cómo quien exigía que solo querían votar no respeta el resultado democrático emanado de las urnas y en un ejercicio trumpista intentaba subvertir la investidura soberana del nuevo presidente de la Generalitat que los catalanes eligieron en las urnas. Eso no hemos podido valorarlo porque los jueces con su actuación nos lo han hurtado impidiendo que Puigdemont acudiera en libertad a hacer el ridículo. Puigdemont solo tendría que estar llevando gorro de paja en la piscina de la mansión de Pilar Rahola en Cadaqués.
Eso hubiera sido la normalidad democrática. Pero como todo es anormal desde que la convergencia se vio acorralada en un Aturem al Parlament que llevó a querer meter en la cárcel a manifestantes por los ahora amnistiados, e inició su deriva etnicista para evitar ser separados del poder, pues seguimos teniendo episodios bufonescos cada cierto tiempo. La desproporción de haber acabado realizando una Operación Jaula por los Mossos para detener a una persona que estaba dando un mitin solo unos minutos antes solo se puede deber al ambiente de desmesura que lleva tiempo habitando Cataluña y que es tiempo de dejar atrás. La desproporción grotesca del final de ciclo procesista para Cataluña.
Pero Carles lo volvió a hacer. Hay que reconocer a Carles Puigdemont el talento para dañar a los mismos independentistas que aún le adoran. El extraño síndrome de Estocolmo en el que vive una parte del independentismo, atado por su propio relato sobre la represión, hace que tengan que acudir a cada acto de trilerismo del insigne sionista con las orejas gachas y de forma sumisa. Hace mucho que no espero nada de la CUP, teniendo en cuenta que hay gente en ese partido a la que admiro profundamente, pero fue especialmente triste ver a algunos de sus miembros tener una comitiva en la ínfima representación de catalanes que acudió a recibir a un dirigente que representa a una formación con un claro mensaje racista y xenófobo, y no me refiero sobre los españoles, que parece tolerarse mejor, sino contra los menores no acompañados.
El odio primitivo que Junts tiene a ERC llevó a Carles Puigdemont a dejar en evidencia a los Mossos solo para poner a los republicanos en el bando de los represores. El objetivo no ha sido desafiar al Tribunal Supremo, sino establecer una lógica schmittiana de amigo-enemigo y situar como cómplices de la represión a quienes sí han comido penas de cárcel como Oriol Junqueras. El mensaje de Laura Borrás, diferenciando entre mossos leales y mossos que actúan como policía judicial es el de una guerra descarnada que la izquierda independentista todavía no quiere ver. Ellos verán, para cuando les aparezca la epifanía puede que sean los posconvergentes los que estén operando su propia policía patriótica contra ellos.
La opera bufa de Puigdemont tras disiparse el humo efectista deja el primer Gobierno no independentista desde 2010 y la reputación destruida de una institución central para el independentismo como los Mossos, a la que gritaban en 2017: "Esta es la nostra policía". El procesismo ha sido eso, tras el ruido solo queda daño autoinfligido y Puigdemont es el principal responsable de todo ese daño. Puede que Junts se dé cuenta antes que ERC y la CUP de que lo urgente para la supervivencia del independentismo es dejar atrás al escapista del Arc de Triompf.