La estupefacción ante la actitud de Luis Rubiales solo puede sorprender a quien no ha estudiado la soberbia del mundo del poder y el dinero en su proceder habitual y de manera especial cuando se encuentra acorralado. El discurso de Rubiales fue una emisión en directo del patriarcado soliviantado, de un hombre con poder temeroso ante la capacidad del feminismo para poner contra las cuerdas a quien se creía impune. Rubiales no dimite, pero así será más satisfactoria su derrota, porque aunque él no sea consciente ya está sentenciado. Un personaje de semejante calaña merece ser cesado antes de que se vaya con un mínimo de dignidad, que por otro lado ha demostrado no tener.
Su mensaje ha sido la palabra encarnada en la reacción machista, el blacklash de Susan Faludi, que advertía que a cada avance feminista habría un movimiento machista similar y contrario que se resistiría con la misma fuerza. Rubiales ha escenificado de forma bochornosa lo que sucede cuando a un supremacista machista lo cuestionan las mujeres que defienden sus derechos. El presidente de la RFEF sabía que ya tenía el repudio social y que su dimisión le dejaría sin posibilidad de defensa con las herramientas y el dinero que proporciona la entidad privada. Ha concluido que su salida era convertirse en mártir político, en emisor de un discurso negacionista del machismo que gracias a los posfascistas ha ido ganando posiciones en los últimos años.
Rubiales ha buscado hacer de su caso un pulso al gobierno y al feminismo para así convertirse en un faro para el supremacismo masculino que representa el espacio ideológico que ha abonado Vox durante estos años. Un discurso descarnado, agresivo y violento que ni siquiera se ha atrevido a hacer ningún líder del posfascismo y que le sirve para lograr una salida política como referente del mundo antifeminista ante el desahucio laboral que le espera por parte del Gobierno. Luis Rubiales pretende presentarse como una expresión fálica victimizada ante el ataque de la izquierda, el feminismo y el gobierno y, sabedor de que es un contenedor de repudio social, ha buscado acomodo con un show mediático que le convierta en símbolo para quien ve en el avance de las mujeres una amenaza.
Los aplausos de los asambleístas cuando Rubiales ha criticado el feminismo como una lacra han vinculado de manera irremisible su futuro al de un machista frentista con los derechos humanos. El aplauso de Jorge Vilda y Luis de la Fuente, los seleccionadores de fútbol, hace imprescindible que sean inhabilitados en cuanto la marcha de Rubiales lo haga posible. En un momento como este no hay posibilidad para mantenerse en la sombra. En la actualidad existen tres tipos de posicionamientos posibles, con Rubiales, como han demostrado los asambleístas, contra Rubiales, como ha hecho la sociedad de manera rotunda, y de perfil, en silencio, acobardados, como están haciendo la mayoría de las estrellas del deporte masculino y en especial los jugadores de la selección española y sus capitanes Álvaro Morata, Dani Carvajal y Jordi Alba.
Los referentes deportivos no tienen por qué ser morales, como ha demostrado Luis Enrique, pero el machismo de Rubiales ha cometido un error mortal de soberbia que no ha calculado. Su sensación de impunidad ha convertido a la selección femenina de fútbol en un referente feminista en el peor momento posible para ellos, cuando se unen el éxito deportivo, el foco social y la valentía de atreverse a denunciar la actitud del máximo representante del fútbol mientras los ídolos de toda la vida, los compañeros de la selección masculina, se muestran cobardes, timoratos y parte de una estructura represiva de la voluntad de las mujeres. La capacidad de influencia de Aitana Bonmatí, Alexia Putellas o Jenni Hermoso aumentó de manera exponencial al convertirse en campeonas del mundo y referentes de miles de niñas españolas. Su palabra, por fin, es tremendamente poderosa y se ha convertido en una ola feminista que arrasará a todos esos machos que se creían intocables.