Los reyes se van de manera más digna de la que vuelven. Siempre es más elogioso irse por el puerto de Cartagena, obligado por la voluntad popular, que venir entre el oprobio de saberse repudiado por una parte importante del pueblo que ya sabe que el rey vendido como el salvador de la democracia solo la tomaba como un mero artilugio para enriquecerse. Hay que reconocerle al rey emérito ser un digno descendiente de la vergonzante manera en que su padre entró en España. Juan Carlos I hace honor a la historia más negra de los borbones, así que hay que distinguirle por seguir la tradición de la familia.
Los caminos borbónicos de vuelta nunca han sido muy dignificantes. El más conocido, por nefasto y por el que todavía estamos padeciendo las consecuencias es el de Fernando VII. El mastuerzo, como diría mi queridísima Nieves Concostrina, entró por Girona un mes de marzo de 1814 para disolver las Cortes de Cádiz y restituir la monarquía absoluta. No hay un monarca borbón que vuelva a España de un exilio impuesto o voluntario y le haga bien a nuestro país. No fue el único. Juan de Borbón y Battenberg también cruzó las fronteras de España de vuelta en los años 30. El padre levantisco de nuestro emérito, con el que no guardó buena relación durante mucho tiempo por lo que consideró una traición que le birló la corona, no era un gran demócrata y asistió al golpe de Estado de 1936 con ilusión y alborozo. Tanto, que pidió permiso, a la edad de 23 años, a su padre Alfonso XIII para unirse a los sublevados e ir a España a luchar contra el gobierno democrático de la República. No se lo concedieron, así que se lo tomó. Un buen fascista no sabe de negativas.
El padre del emérito pasó desde Francia a España por el paso de Dantxarinea acompañado de dos fieles como el infante José Eugenio de Baviera y el conde de Ruiseñada. A su llegada a Pamplona dejó claro su afán por unir familias y pelear contra los demócratas del lado de los fascistas haciéndose una foto con la boina roja Carlista y un mono azul con el emblema de Falange por la que tantas simpatías sentía. La intención del abuelo de Felipe VI, en aquel momento príncipe de Asturias, era la de unirse a la columna de Somosierra y combatir en el frente de Madrid. No le dejó el General Mola al enterarse de que había logrado entrar y le devolvió de vuelta a su retiro regio. Pero no desistió Don Juan de Borbón, que él quería pelear junto a los fascistas contra rojos y demócratas, así que pidió por carta en diciembre de 1936 a Francisco Franco que le permitiera luchar en el crucero Baleares como marinero. El abuelo de Felipe VI cerraba la misiva con un deseo: "Con mis votos más fervientes porque Dios le ayude en la noble empresa de salvar a España". Lo hubiera disfrutado el borbón, ese crucero fue el que en marzo de 1937 participó en la represión brutal de La Desbandá de Málaga. Pero Franco no le dejó.
La historia de los Borbones precede a nuestro emérito. Actúa de la manera que aprendió en casa. El nuevo presidente de la Xunta se ha estrenado en la política nacional diciendo que la presencia de Juan Carlos I sitúa a Galicia en el mapa. Es posible que la presencia del defraudador fiscal nos haga mirar a Sanxenxo, del mismo modo que a Villagarcía de Arousa hubo un tiempo en el que la hacía famoso Sito Miñanco, Charlín, Oubiña o Marcial Dorado, quizás este último sí sea motivo de honra para recordar para algún político gallego que ahora ha trascendido las fronteras de la tierra meiga, pero la realidad es que las personas de bien no quieren que su hogar sea noticiable por la presencia de delincuentes, chorizos, defraudadores o personas de pelaje cuestionable. Pero van con la chorra fuera, como el personaje de 'Amanece que no es poco', y les da igual todo. La campechanía tiene esa frescura por la cual después de habernos tangado a todos los españoles, Hacienda mediante, se permite el lujo de gastar bromas a los regatistas de Sanxenxo avisándoles de que está desentrenado para montar en barco. La desvergüenza con la que actúa es una buena noticia para los republicanos, ya nada queda en pie del relato dulcificado del papel del rey canalla. Nada mejor que un borbón haciendo honor a la historia de su familia para destruir cualquier relato digno.