Mi hijo empezó a hacer un sonido parecido a la tos a los tres meses. La mayoría de los bebés fingen tener tos para llamar la atención de los padres. Saben que es un recurso que funciona incluso mejor que gimotear o llorar. Como es natural, los padres acudimos siempre, incluso cuando aprendemos a diferenciar la tos verdadera de la falsa. Atender inmediatamente a un niño que se atraganta es crucial, es cuestión de vida o muerte, así que lo atendemos siempre de inmediato, por instinto, por si acaso y por sentido común. Es una situación contraria a la del cuento de Pedro y el lobo. Pedro fingía constantemente que venía el lobo, la gente del pueblo acudía en su auxilio, hasta que dejaron de hacerlo porque el lobo nunca venía. Pero un día el lobo vino de verdad, Pedro pidió ayuda y nadie del pueblo le hizo caso, creyendo que de nuevo Pedro estaba fingiendo. La moraleja de este cuento infantil es evidente. Con los avisos de fenómenos meteorológicos adversos está ocurriendo algo similar. Con la información hiperbólica sobre el cambio climático, también.
El nivel rojo de los avisos meteorológicos indica que el riesgo es extremo –son fenómenos meteorológicos no habituales, de intensidad excepcional y con un nivel de riesgo para la población muy alto–. En estos casos, la AEMET recomienda tomar medidas preventivas y actuar según las indicaciones de las autoridades, mantenerse informado de la predicción meteorológica más actualizada y no viajar salvo que sea estrictamente necesario.
En Galicia tenemos alertas rojas con frecuencia; en concreto en A Coruña, que es donde vivo, son habituales las alertas rojas por mar y viento. De hecho, el otoño se estrena cada año en la ciudad con las excavadoras levantando dunas de contención en las playas. Así tratamos de evitar que las olas se lleven por delante las balaustradas del paseo marítimo, los bancos de hormigón, o los bajos comerciales de los edificios más próximos a la costa. Aun así, hay años en los que el mar es más fuerte que las dunas y el agua y la arena bañan las calles aledañas. Afortunadamente, la mayoría de las veces esta medida de prevención funciona. Los medios de comunicación locales advierten de los peligros, recuerdan que durante las alertas está prohibido acercarse al mar; sin embargo, es frecuente encontrarse con desaprensivos que acuden a la coraza del Orzán o a la Torre de Hércules para hacer la foto, pasear o darse un baño. Cada año ocurre algún accidente, a veces lamentablemente mortal. La realidad es que las alertas rojas no alertan a casi nadie porque nunca pasa nada, porque las medidas que se toman funcionan, las peores predicciones casi nunca se cumplen, casi nunca llueve tanto como dicen, casi nunca hay tanto viento, casi nunca las olas son tan altas, casi nunca el mar es tan fiero visto desde tierra. La vida continúa con normalidad en Coruña durante las alertas rojas.
Escucho los relatos de los afectados por la DANA de este año, que minutos antes de la catástrofe no esperaban que pasase nada malo –porque nunca pasa– y cómo una avalancha de agua les pilló por sorpresa haciendo las tareas cotidianas: comprando en el barrio, yendo al trabajo, dando un paseo, jugando en la calle con los niños. Desconocían el verdadero peligro al que se exponían y la vida transcurría con normalidad.
Las DANAS son fenómenos que se producen periódicamente y que afectan sobre todo al Mediterráneo. El carácter catastrófico de este fenómeno es algo más habitual ahora que hace treinta años, algo que apunta directamente a la influencia del cambio climático: los eventos meteorológicos extremos serán cada vez más frecuentes y vigorosos. La DANA –por las siglas de 'depresión aislada en niveles altos' o lo que antiguamente se conocía como 'gota fría'– afecta especialmente a la península ibérica. El origen de este fenómeno está en el polo, donde se concentra una masa de aire frío que, gracias a una corriente circular, se mantiene circunscrita a esa zona. Sin embargo, el calentamiento de la Tierra provoca que la corriente se ralentice. A consecuencia de esto la masa de aire frío deja de estar tan bien contenida y se descuelgan bolsas. Estas bolsas de aire frío se descuelgan hacia la península hasta entrar en contacto con el aire caliente, que asciende y bloquea el movimiento de la bolsa de aire frío. Por diferencia de presión y temperatura entre las masas de aire frío y caliente, el equilibrio se recupera enviando un flujo de viento húmedo desde el este que "rellena el hueco" que deja el aire caliente al ascender. Todo esto es lo que genera una gran inestabilidad atmosférica que también se traduce en lluvias intensas. El contraste de presión y temperatura este año ha sido más pronunciado porque el Mediterráneo está más cálido de lo normal, también el Atlántico, así que la bolsa de aire frío, en lugar de entrar por el Atlántico, ha entrado directamente por el Cantábrico, por lo que no le ha dado tiempo a "desgastarse", alcanzando el levante con más fuerza que otros años.
El calentamiento global, que es uno de los efectos más notables del cambio climático, parece que ha tenido una importante influencia en la intensidad de esta DANA. Sin embargo, no todo es cambio climático, porque el cambio climático no es un cajón de sastre que sirve para explicar cualquier evento meteorológico adverso. Con el cambio climático está ocurriendo lo mismo que con las alertas rojas y el cuento de Pedro y el lobo: para llamar la atención sobre la necesidad de mitigarlo se ha tendido a ponerle nombres diferentes, cada vez más hiperbólicos –crisis climática, emergencia climática, apocalipsis climático–. Con las hipérboles suele ocurrir lo mismo que con el abuso del adverbio 'muy', que en lugar de enfatizar se consigue todo lo contrario, que el mensaje pierda impacto. A esto hay que sumarle el desconocimiento generalizado de términos relacionados con el cambio climático –las encuestas de percepción de la ciencia muestran la interpretación equivocada de expresiones como huella de carbono, calentamiento global o efecto invernadero–.
La gravedad de esta DANA, y la gravedad de los eventos meteorológicos adversos que seguirán surgiendo, exigen que la comunicación esté a la altura. Es vital –uso esta palabra con toda la intención– que se respeten los principios rectores de la comunicación: la información ha de ser verdadera, clara y proporcional. La veracidad está en entredicho en estos tiempos de desinformación, la claridad también por la escasez de profesionales de la divulgación, y la proporcionalidad es la gran olvidada: todo es una emergencia, todo es urgente, toda la información va precedida de un punto rojo, de una última hora, todo es un frenesí de información que se presenta como importante, que compite por acaparar el capital más preciado: la atención.
Esta catástrofe nos ha enseñado que hay que ofrecer información verdadera, clara y proporcional, de lo contrario lo importante volverá a diluirse entre fuegos artificiales. Nunca pasa nada, hasta que un día pasa. Los ciudadanos no estaban debidamente informados de la magnitud de la alerta roja, por eso afrontaron ese día como un martes cualquiera; para mayor desgracia, las administraciones tampoco le dieron escala. Por eso el mensaje que hay que enviar ahora es que las alertas rojas no son el lobo del cuento, sino que son el hijo que finge la tos: hay que atenderlas siempre.