Creo que la primera vez que lo pensé fue en 2002, cuando Francisca González, la parricida de Santomera (Murcia) mató a dos de sus tres hijos, Francisco y Adrián, de seis y cuatro años. Los estranguló con el cable del cargador de un teléfono móvil. Pensé en el instante en el que esos niños, especialmente el de seis años, se dieron cuenta de que se les iba la vida y que se la estaba arrancando quien se la dio.

¿Qué pensó Francisco en ese último instante, al ver a su madre apretando el cable alrededor de su garganta, cuando estaba a punto de morir? ¿Qué pasó por la mente de ese niño al percibir que era quien estaba destinada a protegerle de cualquier peligro quien estaba privándole de cualquier futuro? Ese instante se ha fijado en mi mente muchas veces. Volvió a mis pensamientos cuando Mónica Juanatey ahogó a su hijo en la bañera. César tenía nueve años, una edad en la que debió ser plenamente consciente de que su madre le estaba matando y una edad en la que no debió ser fácil para la parricida doblegar la resistencia del niño. Mónica sintió cómo se escapaba la vida de su hijo entre sus manos y no dio marcha atrás, no tuvo un instante de piedad.

La abogada y criminóloga Beatriz de Vicente ha estudiado a fondo a las mujeres que acaban con las vidas de sus hijos. Las divide en vengativas, pragmáticas, enfermas mentales, altruistas, por honor… No las justifica, pero explica las motivaciones de cada una y da una cifra escalofriante: el setenta por ciento de los filicidios son cometidos por madres, el crimen más inexplicable de todos, el que atenta contra las leyes de la naturaleza, según Philiph Resnick, el mayor experto mundial en este tipo de asesinatos.

Ni Resnick ni Beatriz de Vicente ni nadie saben cómo es ese instante, ese momento en el que una madre es consciente de que está vulnerando la ley natural y en el que el niño comprueba que su madre le está matando. Para evitar ese instante, la madre de una bebé de diecisiete meses dejó sola en una casa a la niña durante un mes con un biberón y unas galletas. Esta semana será juzgada en Málaga y los forenses explicarán los procesos biológicos y fisiológicos que acabaron con la muerte de la pequeña, deshidratada y hambrienta. Lo que nadie podrá explicar es la tristeza de ese bebé en sus últimos instantes de vida.