Estos días de atrás estuve leyendo a Paul Auster. Me tuvo entretenido con la novela Invisible, me refiero a que me hizo pensar.
Al igual que ocurre en todas sus novelas, en Invisible las fronteras entre realidad y ficción son tan porosas que ambos términos se confunden. En la primera parte nos cuenta la historia del encuentro de un joven aspirante a poeta con una pareja viciosa con la que el joven acabará formando un triángulo perverso. La mujer ejerce una fuerte atracción en el joven y al hombre parece ser que le gusta ver cómo ella es deseada. Suele pasar. Hasta aquí, todo en orden.
Pero la cosa se va complicando y hay un momento en el que el hombre bebe más de la cuenta, se mama y saca sus demonios ante el joven aspirante a poeta; resulta que el hombre vivió la guerra de Argelia de primera mano y, durante dos años, estuvo interrogando a "mugrientos terroristas árabes", dicho así y como suena, revelando un espíritu pobre, consumido por el complejo racial.
Es entonces cuando el tipo inicia un recorrido histórico por la Europa del Holocausto, viniendo a decir que nuestra presunta civilización es un arreglo cosmético para disimular el fondo de barbarie y crueldad que subyace en ella. Luego habla de Hitler, de cómo se inspiró en la historia de América para llevar a cabo su conquista de Europa.
Mirándolo bien -o mal- su teoría no andaba descabellada, pues, según el tipo, la aniquilación de los indios fue tomada como modelo por Hitler para exterminar judíos. De la misma manera, la expansión hacia el Oeste con el fin de explotar los recursos naturales se convierte en la expansión hitleriana hacia el Este europeo. Por seguir con paralelismos, la esclavitud algodonera tiene su continuidad en la mano de obra barata de los eslavos.
Llegados aquí, uno se para a pensar y a establecer paralelismos, y busca el modelo que inspiró el trumpismo, esa corriente garrula que tan de moda está con Javier Milei, un tipo que resulta lo más parecido a un cruce entre Benny Hill y Calamaro pasado de coca o algo así, pues la rayadura del discurso verborreico que se gasta el argentino está presente en cada una de sus apariciones. Populismo y genuflexiones al capital, todo ello adobado con la imprudencia y el disparate del que se cree un Napoleón, un Nerón y otros nombres acabados en -ón; no sé si me explico.
Porque nosotros aquí, en España, fuimos pioneros de todo esto con Jesús Gil, un tipo que salía al balcón del Ayuntamiento de Madrid para decir que el Atleti había ganado "con dos cojones", porque esa es la razón del trumpismo, esa degeneración de la derecha que manifiesta el poder de sus testículos, huevos preñadores de rabia y de estupidez.
Leer a Paul Auster da para mucho, pues, entre cada una de sus líneas nos ofrece una serie de reflexiones que pocos autores consiguen. Por eso y por otras razones que poco o nada tienen de testicular, Paul Auster es el modelo a seguir de toda persona que quiera hacer autoficción. Aquí, en España, se distorsiona su modelo de mala manera.
En fin, en otra ocasión tocará hablar de los imitadores de Auster en nuestro país; de momento sigo leyendo su obra tumbado en el sofalito, reeditada al completo en edición bolsillera (Booket).