Petra Martínez recibía el premio a la Mejor Actriz en los Feroz. A sus 77 años y tras una larga carrera, su discurso hacía las delicias de sus compañeros de profesión y del público en general. La veterana actriz jienense mezclaba humor e ironía en un relato que ahora confiesa que fue totalmente improvisado y en el que hacía referencia a uno de los grandes tabúes que aún persisten en nuestra sociedad: la masturbación.
"Lo más importante es haberme masturbado delante de mucha gente", confesaba sobre su papel en 'La vida era eso' y la importancia de derribar muros. "Porque yo pienso que la masturbación está totalmente silenciada, y yo ahora me masturbo como tres o cuatro veces al día porque he cogido la manía, y Juan (su marido) me dice: vamos a la cama. Y yo le digo: no, prefiero en el sofá, viendo la tele, y me masturbo viendo a Javier (Cámara)", decía ante las risas del público.
Ahora, en una entrevista en la Cadena Ser, la actriz ha ido más allá de la broma. Reconoce que exageró un poco al decir que lo hacía 3 o 4 veces al día, pero sí admite que tenía muchos prejuicios en su cabeza para hacer el papel simplemente por esa escena de masturbación.
"No es por la edad, pero cuando me dieron el guion era precioso. Estaba dentro de una gama interpretativa. Sabía que podía quedar bien. Pero de pronto había una escena que era una masturbación. Le dije a mi representante que no. Pero al final me convenció el director. Y le doy las gracias", reconoce.
"Será una película que jamás olvidaré. Y resulta que hasta en las entrevistas me costaba decir la palabra. Y es que somos muy tontos, porque es una cosa natural. La palabra masturbación me asustaba. Me daba pudor. Pero yo no pienso lo que voy a decir cuando me dan premios. Me salió así. Sin darme cuenta, en mi cabeza tuve que estar dándole vueltas y decir por qué era tan tonta. ¿Cómo ha podido influir en mí ese término? No sabes lo contenta que estoy. Me he quitado un tabú tonto que tenía", admite.
Eran conocidos como los 'caras rotas'
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Los conocidos como 'caras rotas' eran despreciados por la sociedad, como se narra en El reconstructor de caras. Solo algunos, gracias al cirujano Harold Gillies, vivieron una segunda oportunidad.