La hostelería no para desde primera hora de la mañana: se preparan los cafés para los más madrugadores, y luego vienen las cervezas para el aperitivo, los platos del mejor de los menús e incluso el posterior digestivo, con hielo ahora que aprieta el calor. A un jefe de sala bueno, formado, se le enseña de todo para que los clientes estén a gusto sin enterarse del trabajo que hay detrás.

"Lo que va a hacer es dirigir a un equipo de personas y dar un servicio en un comedor para que esté todo a punto para que el cliente salga satisfecho", nos explica Ricardo Cruz de la Torre, profesor de bar y sala en la Escuela de Hostelería de Bilbao.

La gente que llega a su curso cuenta precisamente con vocación y ambición. "Este tipo de programas de especialización permite tener mejor oportunidades", detalla Miriam González, responsable de Comunicación de la Fundación Mahou San Miguel.

Porque allí, tanto profesores como estudiantes ven la hostelería como una carrera profesional, y no como una salida desesperada. "Quiero tener mi propio restaurante para tener mi jefe de sala", añade una de las alumnas. Esa es la clave, porque ya no vale todo. "No vale cualquiera. Hay que tener unos principios de educación, de saber estar, comportamiento, y luego todo lo relativo a nivel de formación", apunta Ricardo Pérez Martín, chef en el Restaurante Yandiola. Una formación imprescindible para dignificar un sector en crisis.

Temporalidad, malos turnos y la segunda remuneración media más baja del país, solo por encima del sector de las empleadas del hogar. Sin embargo, los promotores de este tipo de cursos y talleres de formación creen que, aumentando la cualificación de los futuros trabajadores de este campo, mejorarán las condiciones.